El 6 de mayo de 1910 moría en el palacio de Buckingham el rey británico Eduardo VII. Con su fallecimiento se abrió un nuevo periodo en una Europa que caminaba lenta, pero inexorablemente, hacia un futuro que la cambiaría para siempre.
Y en aquellos momentos el destino de millones de europeos estaba en Londres, en las manos de un puñado de monarcas venidos de toda Europa al funeral de Eduardo.
La pomposa comitiva que acompañaba el féretro del regio difunto la componían el nuevo rey británico, Jorge V y el Káiser del Imperio alemán, Guillermo II; más atrás, en elegantes caballos, los reyes Federico de Dinamarca, Jorge de Grecia, Haakon de Noruega, Alfonso XIII de España, Manuel de Portugal, Fernando de Bulgaria y Alberto de Bélgica.
Como futuros herederos al trono estaban el archiduque Francisco Fernando de Austria, cuya muerte le privó de reinar y causó el detonante de la guerra; el príncipe turco Yusuf, el príncipe Fushimi de Japón, el duque Miguel, representando a su hermano el zar Nicolás II, el duque de Aosta y hermano del rey de Italia, el príncipe Carlos en representación de Suecia, el príncipe Enrique de Holanda y los príncipes de Rumanía, Montenegro y Serbia. Pero aquí no se detenía el carrusel de personalidades ilustres: también asistieron el príncipe de Siam, el de Persia, el de China y el de Egipto.
Entre tanta figura distingida había tres hombres vestidos de paisano y que sin duda se sentirían un poco fuera de lugar entre tanta apología monárquica: Caston-Carlin en representación de Suiza, el ministro de Asuntos Exteriores francés, señor Pichon, y el enviado de Estados Unidos, el ex presidente Theodore Roosevelt. Tres repúblicas que no tenían rey que enviar.
No se pueden entender las causas que condujeron a la Primera Guerra Mundial sin comprender cómo todas estas personaliades que acudieron al entierro en Londres empujaron al continente a un estallido de fuego y muerte sin precedentes. Entre los factores que desencadenaron el conflicto están las peleas de las familias reales europeas cuyos recelos se habían ido construyendo a lo largo de la década.
Tras la finalización del conflicto muchos de ellos perderán el trono, alguno incluso la vida. Pero Europa ya no será la misma.
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Conflictos entre las potencias
La gran familia estaba reunida en Londres. El fallecido, Eduardo VII, era tío del Káiser. La relación entre tío y sobrino nunca había sido muy buena. Guillermo acusó a Eduardo del bloqueo que sufría Alemania, y de su prepotente actitud germanofóbica tantas veces demostrada: como cuando Eduardo presionó a Italia para que se adhiriese a la Entente Cordial. A Guillermo le sacaba de quicio cómo el rey inglés hacía todo lo que estaba en su mano para aislar a su país. Guillermo tampoco se llevaba especialmente bien con su primo Nicolás II de Rusia. La relación no era muy cordial.
Eduardo VII había sido un monarca muy popular y se le llamaba “el tío de Europa” ya que no solo Guillermo era su sobrino, también lo era el zar Nicolás II por la hermana de su esposa, la emperatriz María de Rusia. Pero las relaciones familiares no acababan aquí: el rey de España, Alfonso XIII, se había casado con una sobrina de Eduardo, Victoria Eugenia de Battenberg. Casi todo el poder de Europa quedaba en casa.
La relación entre Alemania e Inglaterra
El reinado de 9 años del difunto monarca había conseguido que Inglaterra abandonase el férreo aislamiento tan arraigado en las mentes de los que vivían en las islas. Eduardo quiso que su país olvidase las rencillas que en el pasado se habían producido con Francia. De hecho, hizo públicas su amistad y admiración por todo lo francés. Su visita a París ayudó a destensar las relaciones entre ambas potencias y comenzó a ser visto con buenos ojos por la opinión pública gala. El resultado de todas estas visitas y guiños de admiración fue la Entente anglo-francesa de 1904.
Alemania por su parte seguía enfrascada en su carrera armamentística. Una de las obsesiones de su gobierno era construir una marina que fuese más poderosa que la británica. Y esto los ingleses no se lo estaban perdonando. Consentir que la flota naval alemana rivalizase con la suya sería peligrar los intereses y la integridad de Inglaterra. Esta poderosa razón obró el milagro de la Entente anglo-francesa.
Guillermo nunca pensó que Gran Bretaña fuera capaz de abandonar el aislamiento y entablar alianzas con otros países. Cuando se enteró del entendimiento con Francia montó en cólera. Se sentía constantemente humillado por su tío Eduardo, el cual había visitado todas las capitales europeas a excepción de Berlín. Un poderoso mensaje enviado a su sobrino que sin duda había sido recibido.
Eduardo VII (1841-1910), segundo hijo de la reina Victoria I de Inglaterra, fue el primer rey de la casa Windsor. Francófilo y antialemán, como se reflejó en la relación con su sobrino Guillermo II, era un rey muy viajero y le gustaba conocer los asuntos de la política exterior británica. Murió de un infarto en el palacio de Buckingham el 6 de mayo de 1910.
Guillermo se lamentaba por no sentirse querido por sus colegas en Europa. Los alemanes eran superiores, con un ejército temible y poderoso, con un país primera potencia industrial y económica en el continente y una diplomacia que exigía su parte de protagonismo en todos los asuntos que se debatían. Y sin embargo Europa confabulaba contra el Káiser y todo el pueblo alemán para que no fuesen aceptados. O por lo menos así lo vivía Guillermo, cuya frustración iba en aumento.
Rusia e Inglaterra
Las relaciones entre las potencias británica y rusa no habían sido nunca muy buenas. Los liberales ingleses, ahora en el poder, despreciaban el régimen absolutista de los zares. Veían a Rusia como un coloso decadente con un ejército anquilosado en las viejas prácticas y completamente inoperante. Y en parte tenían mucha razón. Todavía seguía muy presente la Guerra de Crimea donde la intervención de Inglaterra había ayudado a incrementar la crisis en Rusia y, de camino, seguir manteniendo vivo al enfermo turco. Toda una operación de equilibrio europeo que tanto les gustaba practicar a los ingleses.
Rusia no pasaba por su mejor momento. Seguía siendo una potencia en Europa, pero cada vez menos respetada. El zar Nicolás se había negado a introducir reformas de cualquier tipo tanto en la política, como en la economía o en el ejército.
Con respecto al ámbito político, la revoluciones masivas de 1905 en San Petersburgo y otras ciudades fueron en culmen de un régimen parasitario y absolutista cuya casta dirigente no tenía la menor intención de transformar nada. Una monarquía constitucional muy limitada y una Duma Estatal de pega fueron los logros patéticos de la revolución, pero nada más. Nicolás tenía la férrea intención de seguir controlando aquel inmenso país de forma autocrática.
El ejército zarista se mostró como una maquinaria vieja y anticuada en la derrota contra Japón en 1905. El desastre causó una honda impresión tanto en el Gobierno como en la sociedad. Se vio la necesidad de introducir reformas, pero estas se ahogaron en la corrupción e ineficiencia de los mandos.
Nicolás estaba molesto por la nueva alianza que los ingleses habían hecho con Japón, la potencia oriental sorpresa de comienzos de siglo. Y los rusos seguían sin olvidar Crimea. Este era el panorama entre las dos potencias antes de la mediación francesa.
Nicolás II (1869-1918) fue el último zar de Rusia. Tras la Revolución tuvo que abdicar y fue capturado por los bolcheviques.
La madrugada del 17 de julio sus captores, con la excusa de querer retratarlos, llevan a la familia al sótano de la casa Ipatiev, en la ciudad siberiana de Ekaterinburgo. El soberano se sentó con su hijo y heredero al trono en las rodillas, mientras que su esposa e hijas se colocaron alrededor. También estaban algunos sirvientes e incluso el médico personal del zar. En esos instantes entraron 17 hombres portando fusiles armados con bayonetas y declararon que habían sido condenados a muerte. Sin tiempo de reacción, Nicolás es disparado a quemarropa junto a su familia. Tras la descarga los fusileros fueron rematando con la bayoneta a todos los que aún seguían vivos. Así terminaron tres siglos de dinastía Romanov.
Francia, que se sentía satisfecha con el acuerdo que habían firmado con los ingleses (el cual en Inglaterra solo lo conocían los mandos militares y no la opinión pública), querían ahora ir más allá. En una futura y previsible guerra con Alemania era fundamental que el enemigo se viese envuelto en dos frentes. Para ello era necesario atraer a los rusos.
Los viajes de Eduardo a Moscú a visitar a la familia rusa y las presiones francesas instándoles a que se unieran a la Entente con Inglaterra dieron sus frutos. La alianza era ya una realidad y por fin los franceses tenía lo que tanto ansiaban: un tratado de potencias enemigas de Alemania que la rodeaban.
Cuando Guillermo se enteró no pudo contener su furia. Los alemanes estuvieron mucho tiempo tentandolos para que se desvincularan de los franceses. Las constantes meteduras de pata del Káiser a la hora de tratar el tema con los rusos sin duda no ayudaron. Ahora el Imperio alemán se encontraba en la situación que tanto había querido evitar: en una futura guerra lucharían en dos frentes.
Francia y Alemania
La guerra franco-prusiana de 1870 había marcado las relaciones de estos dos países durante las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX. Eran dos enemigos irreconciliables.
El fantasma de Sedán seguía estando muy presente. La derrota había hecho que Francia tuviera que verse frente a frente con sus propias vergüenzas. Por otro lado, fue la causa de la creación del Imperio alemán como nueva y temible potencia en Europa.
El armisticio de Versalles impuso unas condiciones muy duras para Francia. Alsacia y Lorena pasaron a manos Alemanas, un asunto muy importante y que seguía condicionando las relaciones de ambas naciones. La derrota de Sedán fue muy humillante para un país que se creía ser la gran potencia del continente. La recuperación de Alsacia y Lorena fue una obsesión constante en la política exterior francesa.
Los cinco mil millones de francos que tuvo que pagar Francia como reparaciones de guerra sumieron su economía en una crisis los años posteriores a la guerra. Algo que no vino a suavizar la sed de venganza que sentían los franceses.
A pesar de la victoria de 1871, los alemanes sentían envidia de Francia. ¡Todo el mundo ama ese país!, exclamaba airado el Káiser al ver como también la población de Alsacia y Lorena reclamaba regresar de nuevo como regiones galas. Los alemanes seguían viendo a su vecino como un Imperio, extendiéndose por África e Indochina, con unas posesiones coloniales que para sí las querrían ellos. También observaban con cierta envidia como París seguía siendo el epicentro del arte, la belleza y la cultura. Era la capital de la moda. Contrariamente también era vista por parte de algunas élites alemanas como una república atea y decadente, consecuencia de su democracia y de su excesiva libertad.
Los franceses temían y admiraban a los alemanes a partes iguales, aunque la admiración nunca se hacía pública. En el trasfondo de todo esto estaba un sentimiento de inferioridad profundo con respecto a Alemania que los llevaba a estar siempre a la defensiva. Sabían que económicamente eran más débiles, pero también físicamente, con menos población que su vecino. Eran conscientes de la potencialidad de los alemanes, sobre todo porque la habían sufrido, y no paraban de concertar alianzas. El mayor miedo que tenían era encontrarse completamente solos en una futura guerra contra Alemania. De ahí su insistencia en pactar con británicos y rusos.
La neutralidad de Bélgica
En 1815 el territorio belga fue testigo de uno de los acontecimientos más importantes ocurridos en el siglo XIX: la derrota de Napoleón en Waterloo. Con la victoria de la alianza comandada por Wellington se había conseguido acabar “con la amenaza más grande contra Inglaterra”.
Fueron los ingleses los que propiciaron la zona de los Países Bajos como un país neutral que sirviese de bisagra para las potencias de Europa. Esta construcción no duró mucho. En 1830 las regiones belgas católicas, descontentas por pertenecer a un país protestante, estallaron en una revuelta incitados por el auge nacionalista que recorría toda Europa. Sin duda la revolución francesa de 1830 había sido muy inspiradora.
Comienza una larga guerra de independencia de 9 años en la que Holanda intenta conservar la unidad mientras Francia interviene para recuperar lo que antaño era su territorio. Durante el conflicto los belgas se van dotando de un Congreso Nacional, una constitución e incluso de un rey (fue llamado Leopoldo de Sajonia que vivía en Inglaterra).
Ya no había marcha atrás a pesar de las injerencias de las potencias de Prusia, Inglaterra y Francia. Finalmente la diplomacia inglesa, con Lord Palmerston a la cabeza, logró que se firmase un tratado internacional que garantizara la independencia de Bélgica. El Tratado de Londres de 1839 consumó la separación y creó un estado independiente y perpetuamente neutral.
Bélgica, al igual que los Países Bajos antes, había sido otro invento británico para crear un equilibrio europeo. Y el hecho de su neutralidad será un factor de vital importancia en el estallido de la Primera Guerra Mundial. Los ingleses eran los garantes de esa independencia, y la violación alemana de su neutralidad en los primeros días de agosto de 1914, provocó la reacción de Inglaterra. Pero este acontecimiento lo analizaremos más tarde.
Las rivalidades económicas
A partir de 1870 comienza a observarse cambios en los procesos industriales y económicos que van dando paso a lo que se conoció como Segunda Revolución Industrial. Se caracterizó por sus innovaciones tecnológicas e ingenieras en todos los procesos manufactureros. Pero también por un aumento de la población a niveles nunca vistos hasta el momento. De 100 millones de habitantes en Europa a mediados del siglo XVII, se pasó a más de 300 millones en las vísperas de la Gran Guerra. Este proceso demográfico fue correlativo al aumento en las mejoras de las condiciones higiénicas, alimentarias y sanitarias que redujeron los índices de mortalidad.
El aumento de población y la expansión de la industria consolidaron a la clase burguesa cuyas teorías y pensamiento provocaron grandes cambios sociales que tendrían impacto en las causas de la Primera Guerra Mundial. También el despertar obrero dio su impronta al edificio en construcción que era en aquellos momentos Europa.
Gran Bretaña como primera potencia industrial
A finales del siglo XIX comienzan a incorporarse al club de las potencias económicas dos nuevos países: Estados Unidos y Alemania. No solo se integraron, sino que se convirtieron en poco tiempo en líderes industriales.
Hasta el momento la primera economía indiscutible era Gran Bretaña, que se definía como “el taller del mundo”. Este país siempre había cogido ventaja con respecto a los demás si hablamos de industrialización. Su sistema librecambista le permitía importar materias primas claves para la industria como el carbón y el petróleo y exportar productos manufacturados. Esto originó un saldo positivo en su balanza comercial.
El sistema británico librecambista fomentaba la internacionalización del comercio en el que los países pobres vendían sus materias primas y los países industrializados fabricaban los productos que exportaban a esos mismos países pobres. Aunque todo el mundo participaba, los mayores beneficios solo se los llevaban unos cuantos, produciéndose grandes desequilibrios.
Como gran potencia económica, Gran Bretaña impulsó la libra esterlina como moneda predominante en el sistema financiero y monetario internacional del siglo XIX. El país comenzó a comprar y a vender de manera mundial ayudado por sus numerosas colonias. Para impulsar el comercio no tuvo más remedio que apoyarse en la banca. Es aquí cuando se produce el crecimiento de la ciudad financiera inglesa: la City de Londres.
La dimensión británica en la economía mundial se aprecia en un dato: a mediados del siglo XIX Inglaterra representaba casi la mitad del total de inversiones en Europa. La red bancaria inglesa juega un papel decisivo en el desarrollo del país, y la supremacía de la libra en el comercio. Estas son las causas que explican que Gran Bretaña sea líder económico y que el patrón oro se fije en su moneda.
El nuevo competidor alemán
Para explicar los cañones de guerra que sonaron por toda Europa en 1914, hay que entender el papel que jugó el desarrollo de la economía alemana el periodo en el siglo XIX.
La unión aduanera en todos los estados de la Confederación Germánica fue el germen de este crecimiento y el primer paso hacia la unificación del país. El establecimiento de un mercado único fue la forma que tuvo Prusia de someter económicamente a los demás estados germanos para allanar el terreno al plano político.
La futura Alemania unida no se levantó solo con leyes y buenas intenciones; también con la construcción de una red ferroviaria que acercó los territorios de la Confederación y ayudó a potenciar la unión aduanera.
En 1871 se proclama solemnemente el Imperio alemán. Los reinos y ducados se unen bajo la batuta prusiana. Antes incluso de la unificación, Bismarck (Canciller de Prusia y posteriormente de Alemania) tenía muy claro el papel hegemónico que debía tener su país en el mundo, y esto incluía a la economía de su país.
Es a finales del siglo XIX cuando se nos muestra con total claridad la potencialidad económica e industrial de Alemania. La unificación había sido un revulsivo potenciador que había amplificado la capacidad de su industria. Junto al aumento de las fábricas y la producción creció una clase obrera cada vez más numerosa y reivindicativa. Y también una demografía que se disparó sin control a principios del siglo XX.
Fundamental para este progreso económico fue el desarrollo de un sistema financiero que ayudará a la creación de nuevas industrias, y una Bolsa, símbolo de los nuevos caminos por donde transitaba la economía de la Segunda Revolución Industrial.
La producción industrial alemana del carbón y el acero es un hecho, multiplicando casi por tres a la francesa. La producción manufacturera y las exportaciones tuvieron un crecimiento vertiginoso.
Junto al crecimiento, una de las características de la economía germana es su innovación y transformación. El carbón y el acero habían sido los productos exportadores estrella a lo largo del siglo XIX. Pero a finales de este siglo Alemania se convierte en el mayor exportador mundial de productos químicos y de maquinaria (sobre todo de material eléctrico).
Esta enorme potencialidad se unía a la política económica agresiva que se llevaba a cabo desde Berlín. Se fomentó al máximo la exportación y la conquista de mercados mientras se implantaba el proteccionismo en sus fronteras. Esto llevó a los alemanes a sustituir a los ingleses y ser los principales abastecedores de Europa. El librecambismo británico fue sustituido por el proteccionismo alemán, que tuvo su razón de ser debido a la desventaja en la que la economía germana partía con respecto a la inglesa.
Esta práctica económica pronto se extendió a otros países como Estados Unidos, Rusia o España. También hay que tener en cuenta que el proteccionismo alemán tuvo gran éxito como consecuencia de la poca competitividad de los restantes países europeos. Antes de ser proteccionista, Alemania ya era una potencia industrial. Los únicos enemigos económicos que tenía eran Inglaterra y, en menor medida, Francia. Al implantar el proteccionismo logró deshacerse de sus dos competidores en el continente, sobre todo porque Inglaterra no secundó la política económica proteccionista. Si hubieran existido potencias que igualasen la capacidad industrial alemana e implantasen a su vez el proteccionismo, es probable que los resultados no habrían sido tan buenos para la economía alemana.
El auge de la economía germana comenzó a verse con gran recelo en Gran Bretaña, país siempre tan proclive a crear equilibrios que la beneficiasen. No querían un país tan fuerte en el continente, sobre todo cuando su poderío económico se estaba trasladando al plano político y militar. Sin duda Alemania tendría en poco tiempo los recursos suficientes para crear una marina que rivalizase con la británica. Los ingleses llevaron a cabo una política diplomática para frenar el empuje germano, sobre todo en la creación del territorio neutral de Bélgica, o los apoyos a Francia y Rusia.
El nacionalismo
Durante mediados del siglo XIX se aprecia nítidamente el torbellino nacionalista que está azotando Europa. Los acontecimientos históricos que se están produciendo lo reflejan: la liberación de Grecia, la constitución italiana, los inicios de la unificación alemana, las revueltas de los pueblos del imperio austriaco y Turquía y el inicio de las ideologías pangermanistas y paneslavistas. Muchos movimientos agitadores de este tipo no entienden de leyes ni de costumbres históricas, y suelen ir hasta las últimas consecuencias, en las que se incluye la guerra.
El origen del nacionalismo
El concepto de “nacionalidad” tiene su origen en la Revolución Francesa cuando se expresaba este término en contraposición al de realeza. En los Estados Generales, el tercer estado adopta el nombre de Asamblea Nacional, un hecho muy significativo. El pueblo se agrupa ahora bajo el concepto “nación”, entendido como un ser colectivo por encima de cualquier monarquía, rey o clase social.
El escritor y filólogo francés Ernest Renan en 1882 definía el término nación como “alma, un principio espiritual”. En Francia el término nación no es un hecho de masas sino un aspecto administrativo. Es el Estado quien impone la nación como resultado de un contrato voluntario entre individuos libres.
Pero esta concepción francesa se quedará solo en sus fronteras. El nacionalismo será sentido y vivido de otra manera en el resto de Europa. En Alemania ven la nación como un ser vivo, con instinto natural y espíritu popular. Es el resultado de una herencia común, una misma lengua e historia. Las naciones se diferencian por sus costumbres y culturas que hacen que estén vivas. De esta manera el nacionalismo se convierte en un instrumento vehicular de los sentimientos más exacerbados de pertenencia a un grupo. Y por supuesto, ese grupo es superior. Así nació la creencia en la supremacía cultural germana.
En Alemania la palabra “Nationalität” se introdujo en todos los sectores sociales para movilizar el espíritu de los individuos. Todo nacionalismo se desarrolla en base al odio o rechazo de un contrario, y en el caso alemán fue germinado y posteriormente retroalimentado contra el “opresor francés”.
Desarrollo del nacionalismo
El nacionalismo se propagó por toda Europa a lo largo del siglo XIX. A partir de 1830 los pensadores, políticos y escritores llevan a cabo la ardua tarea de definir este concepto que ya se ha quedado en el continente para no irse jamás.
El ideólogo italiano Giuseppe Mazzin desarrolló dos de las ideas claves del pensamiento nacionalista:
- La nacionalidad como misión o finalidad.
- La nacionalidad como conciencia. En este punto Giuseppe escribía: “la patria es antes que nada la conciencia de la patria”.
Su compatriota Stanislao Mancini describe los componentes que integran el sentimiento nacionalista:
- Un espacio geográfico común.
- Una raza formada por la fusión de varias razas diferentes en el pasado.
- Una lengua.
- Una conciencia de unidad moral, una suerte de pensamiento único.
La introducción de la ideología marxista a mitad del siglo XIX vino a degradar el nivel que el término nación había tomado, subordinándolo al nuevo concepto de lucha de clases. No obstante Lenin desarrolló un corpus teórico del nacionalismo vinculándolo con el derecho a la autodeterminación nacional, la secesión y la construcción de estados independientes. Y esto tuvo un gran impacto en Europa y en su país natal, Rusia.
El despertar del nacionalismo en Europa
La Revolución Francesa es el punto de partida de dicho despertar. Una Francia que en su germen llevará la idea de nación y que cuando se convierta en Imperio la trasladará por Europa. Irónicamente el nacionalismo se terminará desarrollando en contraposición de la política expansionista francesa.
Las revueltas contra Napoleón se convirtieron en las primeras resistencias nacionales. Ni siquiera tras el Congreso de Viena y la restauración absolutista se logró eliminar el pensamiento que había aglutinado a muchos individuos y les había dado una conciencia propia de existencia. A partir de aquí el nacionalismo se convertirá en la razón fundamental de la inestabilidad europea, y en el origen de numerosos conflictos. La Guerra Mundial fue el culmen de este sentimiento llevado hasta las últimas consecuencias.
El nacionalismo siguió retroalimentándose con el surgimiento del liberalismo y su desarrollo en las revoluciones de 1830 y 1848. El binomio liberalismo-nacionalismo irá en contra de cualquier sistema absolutista.
Guillermo II de Alemania (1859-1941) terminó por ser el último emperador de su país. Siempre tan activo en los asuntos de política internacional, durante la guerra su figura se fue haciendo cada vez más pequeña hasta convertirse en una sombra. Se alejó de los acontecimientos y de la misma realidad.
Al finalizar la guerra fue obligado a abdicar y se exilió a los Países Bajos. Los aliados, tras la Paz de Versalles, lo reclamaron para juzgarle pero la reina Guillermina se negó a entregarlo. Vivió el resto de su vida en el municipio de Doorn. Murió de una embolia pulmonar en su castillo cuya entrada estaba custodiada por soldados nazis.
Con estas premisas el nacionalismo echa raíces muy profundas en Europa, y las consecuencias no tardan en evidenciarse: la inestabilidad en los Balcanes, la atomización de las monarquías multinacionales como la rusa, la turca o la austriaca, el despertar de regiones como Irlanda, Cataluña o Flandes, las ambiciones francesas en Alsacia y Lorena o la idea de superioridad cultural alemana. Hechos que no podemos de ninguna forma desvincular de una explicación sobre las causas de la Primera Guerra Mundial.
Como último apunte, la cuestión nacional que tanto se desarrolló en el siglo XIX y que originó en parte las dos guerras mundiales no terminó con las rendiciones alemanas en 1918 o en 1945. En la actualidad sigue marcando agendas en Europa. La Guerra de Yugoslavia que se inició en 1991 fue una bofetada de realidad que nos hizo comprender que los nacionalismos no han muerto; todo lo contrario, siguen más vigentes que nunca, como lo confirman los problemas nacionalistas en Escocia, Cataluña y el norte de Italia, los gobiernos autoritarios y ultranacionalistas de Hungría o Polonia y el ascenso por todo el continente de la extrema derecha portadora de un concepto de nación más próximo al siglo XIX. Sin olvidarnos del Brexit.
El Imperio austro-húngaro
A partir de la última década del siglo XVIII, los pueblos que constituían el centro-este europeo comienzan a tomar conciencia de su originalidad y particularidad. Los Habsburgo habían reunido bajo su reinado a toda una amalgama de pueblos cuyos vínculos con el Estado reposaban en la monarquía como elemento aglutinador.
El Imperio austro-húngaro era una monarquía inmensa con una población estimada en más de cincuenta millones de habitantes que une a diferentes razas, religiones y lenguas. Es un colosal monstruo con pies de barro al que le afectaría con mayor intensidad el auge del nacionalismo.
Los problemas nacionalistas del Imperio
La aparición en la escena política de Serbia a finales del siglo XIX vino a complicar las ya de por sí conflictivas relaciones del Imperio con las regiones que aglutinaba bajo la corona.
Tras su derrota frente a Prusia, Austria había perdido su hegemonía en Centroeuropa, así que decidió girarse para mirar hacia los Balcanes, región cuya parte meridional había controlado Turquía desde 1870. A su vez Rusia también estaba interesada en la región. El conflicto de intereses provocó la guerra ruso-turca de 1877 que permitió a Austria intervenir y ocupar Bosnia-Herzegovina un año después. El conflicto terminó con el reconocimiento de Rumanía, Montenegro y Serbia como estados independientes.
En los primeros años como país, Serbia mantenía relaciones amistosas con Austria. Era un estado de campesinos pobres cuyo Gobierno era eminentemente corrupto. La pobreza y la desigualdad iniciaron los primeros brotes de agitación. El grupo que organizaba estas oleadas de descontento criticaba la manera en la que se estaba dirigiendo el país. Defendían fervientemente que sin una salida al mar, Serbia seguiría eternamente siendo pobre.
El plan serbio de salida al Adriático chocaba con Bosnia-Herzegovina, y por extensión a Austria. Rusia no perdió oportunidad y apoyó las pretensiones serbias. Se creó un grupo terrorista que en 1903 asesinó al monarca serbio, hecho que provocó gran malestar en Austria. El nuevo rey serbio que tomó posesión tras el asesinato de su predecesor, Pedro I, premia a los asesinos con puestos en el Gobierno. Esto viene a cambiar la política exterior serbia, que se hace más agresiva.
Las relaciones de ambos países se deterioraron cada vez más como consecuencia de las arengas de los serbios a los pueblos eslavos del Imperio austriaco para que se emancipasen. Austria respondió a estas provocaciones de un modo conciliador, otorgando mayor autonomía a Bosnia. Esta postura a su vez enrabietó más a Serbia, cuya agresividad fue en aumento: un grupo terrorista, denominado La Mano Negra, llevó a cabo varios atentados hacia gobernadores de las regiones del Imperio
En 1912 la situación se agravó aún más. Montenegro, Bulgaria, Grecia y Serbia declaran la guerra a Turquía para conquistarle los dominios que aún tenía en Europa: Albania, Macedonia, Tesalia y Tracia. La derrota turca en las Guerras Balcánicas catapultaron a un lugar predominante a Serbia, hecho que provocaba gran inquietud en Viena.
Colonialismo e imperialismo
En el reparto del mundo que hicieron las potencias europeas hubo un punto de inflexión que vino a desajustar los equilibrios que hasta entonces se habían hecho. La irrupción de Alemania vino crear un nuevo conflicto debido a su exigencias en el escenario político.
El militarismo alemán
Guillermo II era un rey muy castrense. De hecho, muchos de los puestos políticos y diplomáticos los cedía a distinguidas personalidades militares. Y en esta línea tan conservadora de entender el poder, el Káiser llevó a cabo un nombramiento que tendría consecuencias futuras: el prestigioso almirante Alfred von Tirpitz fue designado Ministro de Marina.
En Tirpitz depositaron las esperanzas de llevar a cabo una política militarista y expansionista, con el fin de que Alemania tuviera la presencia y la importancia que le correspondían en el mundo. Y por supuesto, el nuevo flamante ministro no defraudó.
Otro de los personajes que con gran tesón contribuyó a lanzar a Alemania a la guerra fue Bernhard von Büllow, nombrado por Guillermo Ministro de Asuntos Exteriores. Fue un gran defensor del patriotismo alemán, de la corona, y de sistemas autoritarios que socavasen el poder de los movimientos socialistas y obreros.
Estos dos personajes, junto al monarca y las élites aristocráticas y militares alemanas, estaban convencidas de que el desarrollo económico alemán y su importancia en el comercio de todo el mundo debía verse reflejado en una mayor influencia política. Este liderazgo tan ansiado debía lograrse a través del poderío político y militar absolutos. En los estamentos más conservadores, en los que se incluía la monarquía, los medios para conseguirlos no descartaban la guerra.
El desarrollo del pensamiento militarista alemán iba aparejado a la necesidad de montarse en el tren del reparto colonial con el que conseguir los ansiados recursos naturales para su industria. No era concebible que casi todos los estados europeos tuvieran sus colonias (incluso países tan irrelevantes como Bélgica tenían el Congo) y Alemania, la principal potencia del continente, no poseyera nada.
¿Dónde conseguirían estos territorios si ya todo estaba repartido? Era un asunto difícil de resolver. Había sin embargo una cosa clara: para el estamento militar, incluido el propio Guillermo, dotarse de una armada poderosa, al estilo británico, era fundamental para conquistar y conservar colonias alemanas por todo el mundo. Pero esto suponía un enorme gasto de recursos que muchos sectores de la sociedad, como socialistas o liberales e incluso algunos conservadores, no estaban dispuestos a aprobar.
Pero el tenaz y ambicioso Ministro de Marina consiguió convencer a todos de la necesidad de renovar los obsoletos buques germanos. Lo argumentó explicando que crear una armada poderosa no significaba entrar en Guerra con Gran Bretaña, solo defender los intereses alemanes. Poseer una armada que no solo fuera defensiva, sino que tuviera la capacidad ofensiva como la inglesa, haría que Alemania se mostrara más fuerte. Actuaría como un elemento de disuasión sin tener que entrar en ningún tipo de conflicto. Si ingleses y alemanes tuvieran unas fuerzas navales comparables, eso en el fondo disuadiría a ambas a enfrentarse, puesto que nadie saldría ganando. Los acontecimientos de los años venideros vendrían claramente a contradecir a Tirpitz.
Las sucesivas leyes navales aprobadas por el Gobierno alemán para aumentar su flota cabrearon aún más a los ingleses. Los alemanes no midieron bien la capacidad de respuesta que podrían tener los británicos. Estos en ningún momento iban a permitir que ningún país tuviera su misma capacidad naval, puesto que era perder el poderío de los mares, su hegemonía militar e incluso peligrarían sus colonias.
Las intenciones alemanas provocaron una escalada militar sin precedentes. Los británicos a su vez aumentaron su presupuesto (mucho mayor que el alemán) para que no peligrase su hegemonía naval, de ello dependía la independencia de las islas. Se llevó a cabo además una profunda reorganización naval y se destinó las tres cuartas partes de los buques a defender las islas.
La Triple Alianza
La alianza, que se personificó en la figura del canciller Bismarck, tuvo que superar dificultades y recelos entre los tres países que finalmente terminaron firmándola.
Alemania buscó un aliado en Europa tras el posicionamiento geoestratégico ruso. Se siente atenazada y el Imperio austriaco se convierte en el aliado natural de los alemanes. Otro de los potenciales aliados serían los italianos pero sus desavenencias con Austria hacían complicado cualquier acuerdo.
Para los italianos su vecino austriaco fue el enemigo de la unificación. Además, los desencuentros diplomáticos y los conflictos en el norte de África (crisis de Eritrea) no invitaban a un entendimiento.
Sin embargo los esfuerzos alemanes dieron resultado. El 1882 Alemania, Austria-Hungría e Italia firmaron la Triple Alianza en Viena. Parece ser que los alemanes tenían interés en introducir a los italianos en el acuerdo para evitar que estos atacasen a los austriacos en caso de un conflicto con los rusos. A los largo de los siguientes años el acuerdo fue modificándose hasta 1913, pero el compromiso italiano seguía sin ser fiable. Esto se demostró claramente cuando estalló la guerra.
La Triple Entente
En 1907 se firmó la alianza entre franceses, rusos y británicos, denominada Triple Entente, que vino a sustituir a la Entente Cordial entre Francia y Gran Bretaña, como ya habíamos apuntado anteriormente.
Esta nueva alianza estratégica vino a contrarrestar la Triple Alianza entre alemanes, austriacos e italianos. Fue un esfuerzo francés por defenderse de la potencia alemana, asustados por su carrera armamentística y sus veleidades de supremacía.
La alianza consiguió presionar eficazmente a sus rivales y durante las crisis entre las potencias, en Marruecos o en los Balcanes, había conseguido defenderse de las pretensiones alemanas, obligándola a recular. Para eso se inventó y, realmente, estaba funcionando muy bien.
La Triple Entente consiguió poner fin a la disputa colonial en África occidental, en el que Inglaterra terminó cediendo a Francia la libertad de acción sobre Marruecos, a cambio de que los franceses cedieran a su vez Egipto a los ingleses. También se resolvieron viejas rencillas que tenían ambas potencias en Nigeria o Madagascar.
Conflictos coloniales
En 1905 una visita de Guillermo II a Tánger provocó una grave crisis diplomática entre Francia y Alemania. Anterior a esta visita, una delegación diplomática francesa se había trasladado a Fez para presionar al Sultán a que hiciera reformas de calado. La misión escondía los deseos franceses de convertir la región en su protectorado.
Inmediatamente los alemanes, con Bernhard von Bülow a la cabeza, presionó al Sultán para que no cediese a las pretensiones francesas prometiendo el apoyo alemán. El canciller convenció al Káiser para que fuese de visita a Tánger con la intención de no dejar caer en manos francesas el territorio marroquí.
Esto produjo tensión entre ambos países, sobre todo con las declaraciones del Káiser en Tánger a favor de la independencia marroquí. Francia llevó a cabo una ofensiva diplomática con Gran Bretaña y España (tenía intereses en la zona del norte de Marruecos conocida como el Rif) como aliados que obligó a Alemania a recular, no sin antes sugerir la celebración de una conferencia que resolviese la situación que se había creado.
Una año más tarde se celebró la Conferencia de Algeciras donde se admitió formalmente la independencia de Marruecos, aunque en realidad el territorio se mantuvo bajo tutela francesa. Fue un acuerdo a medias que no contentó a ninguna de las partes.
Esto se demostró en la crisis de 1911. Alemania acusó a los franceses de no respetar el acuerdo que se había adoptado en Algeciras. Los alemanes enviaron el buque de guerra Panther al puerto de Agadir como medida de presión. Se creó una crisis internacional de proporciones mayúsculas donde Francia y Alemania estuvieron al borde de la guerra. Finalmente los franceses cedieron y dejaron a los alemanes vía libre en el Congo a cambio de que ellos la tuvieran en Marruecos.
Aunque la crisis se había resuelto, el conflicto eterno de franceses y alemanes no. El nacionalismo se exacerbó entre ambos y Gran Bretaña comenzó a darse cuenta de la necesidad de conseguir un equilibrio europeo y defender a Francia para impedir la hegemonía alemana.
Esto produjo el acercamiento entre ingleses y rusos auspiciada por París. Como hemos relatado, la Triple Entente se formó con estos tres países, no sin antes superar los recelos entre ingleses y rusos. El acercamiento anglo-ruso alivió la tensión expansionista colonial en Asia Central: la zona norte, con Teherán, quedaría bajo dominio ruso, los territorios del sureste serían británicos y la zona central sería un área neutral que no ocuparía ninguno. También los rusos reconocieron Afganistán como zona de influencia inglesa y dejaron el Lejano Oriente fuera de sus planes.
Los planes de guerra
El Plan Schlieffen
El plan militar ideado por Schlieffen, que terminó adoptando el Alto Mando alemán en una futura guerra en Europa, preveía una guerra en dos frentes. No era deseada pero ya se había asumido como un hecho más que probable.
Los planes pasaban por enviar en primera instancia el 80% de las divisiones a Francia, y el resto a Rusia. El Alto Mando era consciente de lo difícil y arduo que sería invadir un territorio tan vasto y extenso como el ruso. Por esto era fundamental movilizar el grueso de las fuerzas al frente occidental y derrotar a Francia mientras que los rusos se movilizaban.
El plan de batalla había sido planificado minuciosamente y contemplaba el hecho de que Rusia tardaría un tiempo considerable en preparar a todas sus fuerzas. Y esta visión era debida a los espías alemanes en territorio ruso que informaban de una deficiente red ferroviaria y de carreteras que impediría trasladar sus tropas al frente en un plazo corto. Los alemanes confiaban para su frente oriental en esta circunstancia y ponía toda la carne en el asador en el occidental.
Los militares alemanes tenían una creencia muy arraigada que expresaría muy bien el Jefe del Estado Mayor, el conde Alfred von Schlieffen: “el corazón de Francia está situado entre Bruselas y París”. Por eso el Plan Schlieffen preveía una gran maniobra de envolvimiento del ejército francés por su flanco izquierdo. Mediante un flanco derecho muy reforzado el ejército germano cruzaría la frontera belga para luego bajar y envolver al ejército galo que estaría concentrando todas sus fuerzas a lo largo de la frontera con Alemania.
Realmente para los alemanes el paso por Bélgica era una necesidad casi fisiológica. Atrás quedaron las guerras donde los ejércitos todavía eran reducidos y manejables, como en la guerra franco prusiana. Pero las cosas habían cambiado mucho desde entonces. Ahora los ejércitos eran de más de un millón de soldados y el espacio que se necesitaba para hacer maniobrar a tan ingente cantidad de almas tenía que ser amplio y no podía realizarse solo en territorio francés. El movimiento en pinza que había planificado Schlieffen pasaba porque el flanco derecho alemán cruzase enteramente el país belga.
¿Por qué una maniobra de envolvimiento por el flanco derecho? ¿Por qué por Bélgica? Las fortalezas francesas construidas a lo largo de las fronteras de Alsacia y Lorena impedían que Alemania pudiera lanzar un ataque frontal. Solamente dando un rodeo podían ser los franceses sorprendidos por la espalda y destruidos.
Se había concebido una rápida victoria por medio de una batalla decisiva y el tiempo era un factor clave. Lo que se quería evitar era un estancamiento o una guerra de posiciones, por eso se había preparado esta estrategia. Schlieffen se había inspirado en Aníbal y el doble envolvimiento cartaginés al ejército romano en la Batalla de Cannae. Dos mil años había pasado de aquello pero para Schlieffen los principios de la estrategia no habían cambiado: “el frente del enemigo no es el objetivo. Los esencial es hundir sus flancos y completar el exterminio atacándole por la espalda”.
El plan concebido en 1889 preveía marchar solo por el extremo de Bélgica, pero cada año que pasaba se iba incrementando el territorio. En 1905 se había convertido en un gran movimiento envolvente del ala derecha en el que los ejércitos alemanes cruzarían desde Lieja a Bruselas antes de girar hacia el sur y continuar hasta Francia.
Los alemanes no contaban con suficientes divisiones para ejecutar un doble envolvimiento a lo Cannae por eso se preparó una potente ala derecha que se diseminaría por Bélgica, cruzaría la frontera gala y se infiltraría entre la capital parisina y los ejércitos franceses. Esto implicaría dejar un frente central e izquierdo más debilitado, pero no importaba. Dejarían deliberadamente que los franceses penetrasen en el frente de Alsacia-Lorena, metiéndose en una “bolsa” entre Mezt y los Vosgos. Para cuando se dieran cuenta de que están siendo rodeados retrocederían para luchar, pero ya lo harían lejos de sus fortalezas y en evidente desventaja táctica. De esta manera las fuerzas francesas serían aniquiladas. Para Schlieffen era un colosal Cannae de sus sueños.
Esto implicaba violar la neutralidad belga, pero los alemanes pensaban que en una guerra general europea los franceses tampoco la respetarían. Al Káiser sin embargo no le hacía gracia esta circunstancia. Temía que la opinión pública europea se le echase encima y deteriorase aún más la imagen de Alemania.
En esta cuestión sobrevolaba en el aire una incógnita: ¿qué haría Inglaterra? ¿Intervendría para defender la neutralidad belga? ¿Se mantendría apartada? Sería impensable que tal violación de los tratados no tendría una airada respuesta inglesa; aún así los alemanes guardaban la esperanza de que llegado el momento decisivo los ingleses tomarían la decisión de quedarse al margen.
Von Moltke
Schlieffen murió en 1913 y su sustituto, el general Von Moltke, era menos osado y más conservador que su predecesor. Estaba más preocupado por el ala izquierda y de defenderse de los franceses que por el ala derecha y la maniobra de envolvimiento. Pero Moltke tuvo que tragarse el Plan Schlieffen ya que como estrategia estaba muy consolidada y aprobada por el estamento militar.
No obstante retocó un poco la estrategia reforzando más el ala izquierda a costa de debilitar el flanco derecho, aunque en esencia el plan continuó como se había acordado. Los cuerpos de ejército quedaron distribuidos de la siguiente forma:
- Ala izquierda: 8 cuerpos compuestos por 320.000 soldados que cubrirían el frente de Alsacia y Lorena.
- Centro: estarían destinados 11 cuerpos de ejército de unos 400.000 hombres que invadirían Luxemburgo y las Ardenas.
- Ala derecha: compuesta por 700.000 efectivos que atacaría a través de Bélgica y destruiría las fortalezas de Lieja y Namur.
Lo curioso de todo este plan es que en ningún momento se preveía una guerra larga, ni siquiera se había contemplado. Algunos militares, como el propio Moltke, sí lo habían teorizado, argumentando que ninguna nación se rendiría hasta que sus fuerzas no se agotaran. Pero en el mando militar alemán estos pensamientos, además de ser minoritarios, eran casi una herejía.
En Europa recorría un pensamiento similar. Las potencias no veían la posibilidad de un conflicto largo porque querían creer que no beneficiaría a nadie, desarticularía la vida económica y las élites empresarias no lo permitirían.
Los acontecimientos que se producirían después de 1914 no dejarían a nadie indiferente y vendrían a dar un golpe de realidad para muchos que no quería ver.
El plan francés
La estrategia francesa no ignoraba el plan de envolvimiento por medio de un ala derecha alemana. El Estado Mayor francés creía que cuanto más fuerte hiciera el ejército alemán su ala derecha más débiles serían su centro y ala izquierda. Aquí es donde los franceses concentrarían sus fuerzas y atacarían.
La sombra de Sedán aún pesaba mucho para el estamento francés y las regiones de Alsacia y Lorena seguían siendo una obsesión de la que los generales no se podían sustraer. Tanta fijación descuidaba la defensa de su flanco izquierdo en la frontera con Bélgica. A lo largo de los años la actitud francesa con respecto a una invasión alemana fue cambiando. Desde unas posiciones meramente defensivas al principio, a una estrategia más ofensiva en la que no se le daba importancia apenas al flanco derecho alemán. A priori esto beneficiaba los planes alemanes de conquista ya que las potencias seguían sin creerse del todo una violación alemana de la neutralidad belga.
En 1913 se aprobaron los nuevos planes de campaña franceses por el gobierno donde no se “admitía otra ley que el ataque” y una “ofensiva sin vacilaciones de ninguna clase” . Los planes descartaban toda labor defensiva. El ala derecha alemana se convirtió en una suerte de anatema que no interesaba ser escuchado por algunos generales franceses. La consigna vital era la ofensiva rápida que llevase a la batalla decisiva.
Joseph Jacques Césaire Joffre
El general Joffre fue designado Jefe del Estado Mayor francés a los 59 años de edad. Con él se intensificó la idea de la ofensiva y se comienzan a asentar las bases del Plan 17 que será posteriormente aprobado por el Consejo Supremo de Guerra. Sus puntos básicos se pueden resumir en los siguientes:
- Constaban de dos ofensivas generales: una a la derecha, en la zona fortificada alemana de Mezt-Thionville; la otra a la izquierda, por Luxemburgo y las Ardenas belgas.
- Llegar a Berlín en una ofensiva que cruzase el río Rin por Maguncia.
- La consigna general era la de atacar.
- Este plan no era muy detallado puesto que se había concebido para dar una respuesta a un previsible ataque alemán. Es por esto que sus puntos podían interpretarse de manera “flexible” para dar respuestas a las circunstancias que se fueran produciendo.
El Plan 17 dejaba dos terceras partes de la frontera con Bélgica sin defensa. Y esto a pesar de las informaciones que les llegaban desde Alemania sobre la poderosa ala derecha que se había creado con la intención de sorprender y envolver a su ejército.
Una y otra vez los franceses seguían obstinadamente pensando que los alemanes no llevarían a cabo tal empresa porque sus ejércitos no podrían atravesar Flandes tan fácilmente. Tampoco tendrían suficientes hombres para tal maniobra sin debilitar su centro y ala izquierda. Los franceses también pensaban que invadir Bélgica provocaría la entrada en la guerra de Inglaterra, lo que no le convendría a los intereses alemanes.
Todo lo que pensaban sobre el ala derecha alemana era cierto, pero como hemos visto antes, el Estado Mayor germano lo tenía todo previsto y los franceses, sin darse cuenta, estaban cayendo en la trampa.
La estrategia inglesa
Los ingleses también se preparaban para una previsible guerra en el continente. Los planes conjuntos con Francia comenzaron en 1905, a la vez que la derrota rusa contra Japón.
A pesar del inicio de las conversaciones seguía produciéndose un recelo mutuo. Los franceses no confiaban gran cosa en una intervención inglesa si estallaba la guerra, a no ser que vieran peligrar sus intereses. Por otro lado una parte de la sociedad y de los políticos ingleses recelaban de involucrarse en nada que no tuviese que ver con ellos. Seguían muy presentes las tesis aislacionistas.
A pesar de que los franceses sabían que Gran Bretaña no quería comprometerse demasiado, los estados mayores de ambos países iniciaron una futura cooperación. Los ingleses se comprometieron a reorganizar su marina de guerra para dar respuesta al traslado de tropas al continente por el Canal de la Mancha.
del Cuerpo Expedicionario inglés. 1917.
Las dudas inglesas iban en aumento. Algunos sectores ingleses criticaban el papel de su país como una mera ayuda de Francia. Otros sin embargo defendían que si Inglaterra entraba en guerra debería hacerlo solo con su marina como forma de proteger las islas de cualquier tentativa de invasión. Y con este panorama las conversaciones se fueron estancando a lo largo de 1906.
Dos hombres lograron superar los obstáculos: el general británico Wilson y su colega francés, el general Foch. Ambas figuras, con una gran amistad, lograron reanudar las conversaciones con dosis de voluntad. A partir de aquí los planes conjuntos alcanzaron una nueva fase.
En 1911 se fue preparando al ejército expedicionario que partiría al continente: 6 divisiones regulares más 1 división de caballería, en total 150.000 soldados y 67.000 caballos. También se eligió el lugar de desembarco de las tropas: El Havre, Boulogne y Rouen. En la misión que fue acordada por los dos países, las divisiones inglesas se posicionarían en el flanco izquierdo francés, a lo largo de la frontera con Bélgica, justo la zona donde el Plan 17 no había cubierto demasiado. Así se defendería todo el frente y se impediría que el grueso de las fuerzas francesas fueran rodeadas en caso de que los alemanes cruzasen Bélgica.
el cargo de ministro de Armamento
Otro acontecimiento intensificó aún más la cooperación anglo-francesa. En 1912 una visita del inglés Haldane a Alemania, que buscaba un entendimiento para resolver la amenaza naval alemana, fracasó estrepitosamente. Haldane se entrevistó con el Káiser Guillermo en un intento de frenar el rearme naval y destensar las relaciones. Guillermo prometió no superar la flota inglesa si estos se comprometían a la neutralidad en caso de que Francia y su país abrieran hostilidades.
La negativa inglesa dio origen a la firma de un pacto naval con Francia en el que la marina inglesa se comprometía salvaguardar el Canal de la Mancha y las costas francesas contra ataques enemigos. Así la flota francesa se podría concentrar en el Mediterráneo.
En 1914, en vísperas de la Gran Guerra, la labor conjunta de los estados mayores ya estaba planificada hasta el último detalle. El Plan W (en honor a su instigador Wilson), aunque llevado en el mayor de los secretos, ya estaba listo para trasladar las tropas expedicionarias inglesas. El plan solo era sabido por un puñado de militares ingleses, evitando que el Gobierno, convencidamente aislacionista y defensor de la no intervención, lo conociese en detalle.
El rodillo ruso
Rusia, a pesar de su humillante derrota contra Japón, seguía siendo considerada como el rodillo ruso, y así era vista por las potencias europeas. Existía un mito de invencibilidad de los rusos a pesar de sus múltiples fracasos: en Crimea contra franceses e ingleses, en el cerco de Plevna en 1877 ante los turcos y en Manchuria contra los japoneses. Aún así el Imperio zarista de Nicolás seguía causando mucho respeto en Europa, y en la mentalidad colectiva aún perdura el recuerdo de las cargas de la caballería cosaca.
Los defectos del ejército ruso eran más que evidentes pero asustaba el peso de los números. Tras la movilización general, eran capaces de disponer en el tablero de la guerra de 6.500.000 de hombres. Una masa inmensa que tardaría mucho en ser puesta en movimiento, pero una vez sobre el terreno sería difícil frenar.
La visión general sobre el ejército del zar era pésima: una estructura carcomida por la corrupción y la incompetencia. Los esfuerzos para eliminar con estas trabas que impedían un ejército más operativo no habían tenido éxito. No obstante en Europa se creía que sí se habían producido mejoras. Junto con los inacabables recursos de la inmensa nación, Rusia era un país a tener muy en cuenta.
Desde el primer momento los rusos estuvieron de acuerdo con los franceses en lanzar una ofensiva contra Alemania lo antes posible si estallaba una guerra general. Se quería que los alemanes se viesen envueltos en dos frentes. Los franceses consiguieron extraer el compromiso ruso de atacar Alemania con las fuerzas que hubieran podido movilizar los 15 primeros días, sin esperar a que todo el ejército estuviera listo. Se lanzarían al corazón de Alemania a través de Prusia Oriental.
Los compromisos rusos con Francia eran simplemente irrealizables. En primer lugar porque se tendrían que destinar fuerzas también contra el Imperio austro-húngaro (por lo menos la mitad) que impediría un ataque rápido a Alemania; en segundo lugar porque la deficiente red de ferrocarriles impediría movilizar a un número considerable de tropas en tan corto espacio de tiempo. Tampoco la industria militar rusa estaba preparada para equipar con armamento a esa ingente cantidad de soldados. Y por último destacar que la movilización del ejército ruso era una operación logística demasiado compleja para el incompetente mando ruso.
Esta incompetencia se reflejaba muy bien en el ministro de la Guerra ruso, el general Sujomlinov, hombre viejo, indolente y enemigo acérrimo de cualquier innovación en táctica y armamento. Su puesto se lo habían ganado a base de caerle bien al zar. En cuanto ocupó su cargo hizo lo imposible para detener el movimiento de reforma del ejército. Creía en la superioridad de las bayonetas a las balas y no llevó a cabo ningún esfuerzo para construir fábricas de armamento.
El plan ruso se planificó en torno a dos acciones: una de ellas se pondría en marcha si Alemania decidía lanzar su principal fuerza contra Francia. En este caso la mayoría de las divisiones se lanzarían contra Austria, y el resto se enviarían a Prusia Oriental. De lo contrario no tendrían más remedio que mandar más hombres a parar a las fuerzas alemanas. Pero al igual que el plan francés, se desarrollaría conforme a las circunstancias.
El estallido
«Alguna locura en los Balcanes hará estallar la próxima guerra»
Bismark
El 28 de junio de 1914 son asesinados a tiros en Sarajevo, capital de Bosnia, el heredero al trono del Imperio austriaco, Francisco Fernando, y su esposa, la duquesa Sofía Chotek, por los nacionalistas serbios. La situación de crisis que se había creado con estas muertes ya no tenía solución pacífica. Austria-Hungría, harta de la belicosidad y terrorismo serbios, quiere terminar de raíz con esta situación y, ya de camino, aprovecharse de las turbulencias que se avecinan para anexionarse Serbia.
Museo de Historia Militar de Viena. Licencia
Guillermo, visiblemente consternado con lo ocurrido, reafirma el apoyo alemán el 5 de julio para con las acciones que estimase oportuno tomar Austria, incluso si una de ellas es la guerra. Y esto a pesar de que se podría provocar un conflicto con Rusia, protectora de Serbia.
El 23 de julio Austria presenta un ultimátum y dos días después declara abiertamente la guerra a Serbia. El 29 de julio el ejército austriaco bombardea Belgrado. En las cancillerías europeas el asunto serbio, que hasta el momento no se había tomado muy enserio, comienza a poner nerviosos a políticos y monarcas. El Káiser, tan decidido en los primeros momentos en ayudar a su aliado austriaco, muestra una actitud más vacilante ante los hechos que se van consumando.
El mismo día 29 Rusia moviliza sus tropas en la frontera con Austria. El 30 de julio Austria decreta la movilización general en respuesta a Rusia. Alemania, comprometida por la Triple Alianza, presenta un ultimátum a Moscú. Los mismos gobiernos que avocan a sus países a un conflicto mundial son los mismos que ahora se asustan repentinamente y luchan por no provocar la dramática explosión general.
Los estados mayores, defensores de la guerra, solo tuvieron que dar un pequeño empujón a sus vacilantes políticos para que todo cayese por su propia inercia. A pesar de los intentos por parar la locura que se avecinaba, la fuerza de los hechos consumados los empujaba a todos hacia adelante.
Los días que cambiaron el mundo
Primero de agosto en Berlín
El mediodía del sábado del 1 de agosto expira el ultimátum alemán a Rusia sin haberse obtenido respuesta alguna. Se le envía un telegrama al embajador alemán en San Petersburgo para que declare el estado de guerra y de inmediato el Káiser decretó la movilización general.
Cuando estaba todo listo, a punto de poner a rodar la maquinaria bélica, Guillermo titubea. En un estado visible de nerviosismo ordena a su jefe del Estado Mayor, Von Moltke, que regresara a palacio con la orden de movilización que él mismo había firmado. El Káiser tiene miedo ahora del destino de Prusia Oriental, a pesar de que el alto mando alemán le asegurase que Prusia no sería invadida.
Tiene una última y desesperada propuesta. Le habían prometido, como solución a la crisis que ya estaba en marcha, que si se hacía por parte de Alemania una declaración pública a favor de la autonomía de Alsacia, los franceses pararían el ataque para estudiar la proposición. De esta manera, pensaba el Káiser, se ganaría tiempo para derrotar a Rusia y se impediría la entrada en guerra de Inglaterra. Pero se echó todo a la borda en el momento en el que el gobierno alemán envió un ultimátum a Francia, al mismo tiempo que a Rusia. No había margen de maniobra.
Se leyó otra propuesta, ahora desde Londres, en la que se propuso a Berlín que en el caso de que no se atacase Francia, Inglaterra se mantendría neutral, garantizando a su vez la neutralidad francesa. Pero al final resultó ser todo un malentendido del príncipe Lichnowsky, embajador alemán en Londres. Lo que en realidad le propuso el secretario de Asuntos Exteriores británico Edward Grey al embajador alemán fue un compromiso de neutralidad francesa e inglesa si Alemania prometía no atacar Rusia.
Cuando Moltke entró en palacio, visiblemente cabreado, el Káiser se excusó el haberle ordenado regresar y le mostró la propuesta inglesa. Guillermo se aferraba a esta solución para que Alemania no se viese envuelta en dos frentes, algo que en el último momento le estaba aterrando.
El archiduque Francisco Fernando (1863-1914) quizás sea el heredero al trono más conocido de la historia a pesar de que nunca llegó a reinar. Su asesinato en Sarajevo desencadenó la Primera Guerra Mundial.
Su padre y emperador, Francisco José, no comulgaba con sus ideas reformistas. Francisco Fernando era consciente de los problemas por los que atravesaba su país y era partidario de convertir Austria en un imperio federal que diese cabida a las aspiraciones nacionalistas de muchas de sus regiones. Su muerte truncó todos los planes y después de la guerra Austria se desmembraría.
Moltke, militar que se había estado preparando mucho tiempo para este momento; que estaba plenamente convencido de la estrategia alemana; que sabía que el tiempo era un factor determinante que no jugaba a su favor; que en su mano tenía lo suficiente para ponerlo todo en marcha: la orden firmada de movilización. Sí, ya no le hacía falta nada más, solo que el Káiser se le despejaran las dudas y se decidiese de una vez por todas para terminar con todo esto.
Moltke se negó en rotundidad a parar los planes. Le dijo seriamente al Káiser Guillermo: “Majestad, no se puede hacer”. Finalmente se salió con la suya y pudo proseguir con el plan.
Aunque el Káiser estaba vacilante lo cierto es que Francia ya había decretado la movilización una hora antes que Alemania. A pesar de los constantes cruces de telegramas para intentar parar lo que ya era imparable, los planes de ambos contendientes siguieron su curso.
A las 7 de la tarde del 1 de agosto una compañía alemana invade Luxemburgo, tal y como estaba estipulado en el plan general alemán. El día 2 se terminó de ocupar el Gran Ducado en su totalidad mientras la noticia sobrevolaba París, Londres y Bruselas.
París
En estos angustiosos momentos de incertidumbre en Francia había un objetivo vital: que Inglaterra entrase en la guerra como aliada. Para terminar de decidirla, así como también a su opinión pública, se tenía que evidenciar quién era el atacante y quién el atacado. Por eso Francia llevó a cabo una acción sorprendente. Para evitar malentendidos o errores en el ejército que estaba en la frontera (con el fin de impedir que soldados franceses la violasen), se ordenó una retirada de 10 kilómetros a lo largo de toda la frontera con Alemania. Con esta fórmula se quería dar énfasis a la condición de Alemania como primer atacante y agresor. Esto, pensaban los franceses, daría más argumentos a los ingleses para entrar en la guerra.
Poincaré, Presidente de la República, y el primer ministro, el socialista René Viviani, cancelaron sus agendas debido a los acontecimientos que se estaban produciendo en Austria. En seguida Joffre comenzó a presionar al Gobierno francés para que decretase la movilización general. Los últimos días de julio y el primero de agosto fueron una nube de confusiones. Una ida y venida de telegramas, noticias contradictorias y presiones por parte del estamento militar para que se diese luz verde a la concentración de fuerzas en la frontera. No obstante, las autoridades francesas seguían vacilando.
El embajador alemán en París, el varón Von Schoen, presentó la demanda a las autoridades francesas para saber qué actitud iban a adoptar. Al mismo tiempo el embajador ruso Isvolsky visitó al Presidente de la República para que le confirmase su compromiso con Moscú. La alianza que se había firmado con Rusia estipulaba que si Austria la atacaba, con apoyo de Alemania, o si esta última lo hacía, Francia estaba obligada a intervenir con todas sus fuerzas.
El embajador ruso estaba sumamente nervioso. Sabía que las cláusulas firmadas con el país galo eran secretas y que el Parlamento las desconocía. ¿Qué posibilidades había de que el Parlamento terminara aprobándolas cuando se hiciesen públicas?
El Gobierno estaba presionado por todas partes. Los militares y los rusos imploraban la movilización de inmediato y un ataque rápido. Mientras, los políticos franceses buscaban calmar ese ímpetu para mostrar a los ingleses la imagen de un país que solo actuaría en defensa propia ante cualquier agresión alemana.
Cuando Viviani recibió la llamada del embajador alemán exigiéndole una respuesta al ultimátum alemán, el primer ministro francés aceleró los acontecimientos con su famosa frase: “Francia actuará de acuerdo con sus intereses”. Después el embajador ruso mostró a Viviani el ultimátum alemán a su país y el gobierno francés terminó aprobando la orden de movilización. Francia estaba oficialmente en guerra.
Londres
La política inglesa de seguir esperando a que se desarrollasen los acontecimientos exasperaba al embajador francés en Londres. El Gabinete seguía indeciso y dividido sobre la actitud que debía tomarse.
Sin duda la neutralidad belga sería un factor determinante en la futura posición inglesa. El grupo que se oponía a la intervención resultaba ser muy influyente y convenció a los partidarios de apoyar a Francia que solo una violación de la integridad de Bélgica terminaría por decidir al Gobierno para ir a la guerra.
Un defensor a ultranza de la intervención para asegurar los intereses de Inglaterra en el continente era un joven primer lord del Almirantazgo, Winston Churchill. Era el único ministro británico que en aquel momento tenía claro que debía hacerse. Churchill dio a la marina órdenes cruciales que posteriormente tendrían su repercusión. El 26 de julio decretó que tras las maniobras los buques ingleses no se dispersase. Después difundió la noticia a los periódicos para que se enviase un mensaje claro a Berlín y Viena, y al mismo tiempo, caldear un poco más el ambiente de la sociedad inglesa.
La tensión entre el bando partidario de la paz y el de la intervención amenazaba con hundir al Gobierno. Las presiones de los intervencionistas y, más importante aún, sus acciones, cada vez comprometían más al país.
La declaración de guerra de Austria a Serbia había provocado en la Bolsa de Londres una ola de pánico que obligó a cerrar todas las Bolsas en Europa. La City se opuso totalmente a la guerra y así se lo hizo saber al Gobierno.
Las presiones francesas ya se estaban convirtiendo en reproches debido a la desesperación. Los intervencionistas sabían que Bélgica era fundamental en todo este embrollo. Por eso el Gobierno inglés envió sendos telegramas a Berlín y París solicitando una garantía formal de respetar la neutralidad belga. El 31 de julio Francia contestó en sentido afirmativo, Alemania sin embargo no respondió. Churchill solicitó que se ordenase la movilización general en la marina pero la propuesta fue rechazada. El malestar francés con respecto a la actitud británica se reflejó muy bien en la contestación de su embajador en Londres ante las preguntas de un periodista de The Time sobre lo que harían ahora los franceses: “esperar para saber si hemos de borrar la palabra ‘honor’ del diccionario inglés”.
A Londres llegó la noticia de la declaración de guerra de Alemania a Rusia. Inmediatamente Churchill se dirigió a Downing Street para comunicarle al Primer Ministro que iba a movilizar la flota, independientemente de su opinión y la del Gabinete. La falta de respuesta por parte de Asquith fue una aceptación implícita a las intenciones de Churchill, que partió para poner en marcha la maquinaria de guerra.
Aún así el Gabinete guardaba la esperanza de no entrar en la guerra, pero ahora, tanto el bando intervencionista como el pacifista, esperaban el siguiente paso que daría Alemania, y si este se producía en Bélgica. Entonces cada uno sabría ya lo que hacer.
Últimatum a Bélgica
El embajador alemán en Bruselas, Herr Von Below-Saleske, se le ordenó el 2 de agosto que entregase al gobierno belga el sobre sellado que poseía. La respuesta al contenido del sobre debía ser transmitida urgentemente a Berlín.
Ante la declaración francesa de respeto estricto a la neutralidad, el gobierno belga quiso saber a través de Von Below si Alemania prometería lo mismo. Las continuas evasivas no auguraban nada bueno para el Primer Ministro Charles de Broqueville. Tanto él como el rey sabían de antemano que la neutralidad no se iba a respetar, sobre todo tras observar los últimos movimientos alemanes.
Los nubarrones que se iban avecinando hacen que Bélgica decrete la movilización general el 31 de julio. Aferrándose siempre a su estricta neutralidad, no se habían organizado planes tácticos y su única estrategia era defenderse. Su condición de país neutral le impedía emprender ninguna acción hasta que no fuera atacada.
El 1 de agosto el rey Alberto dirigió un llamamiento personal al Káiser para que le garantizase que Alemania respetaría la integridad de su país. La respuesta llegó en forma de sobre de las manos de Von Below. Era el ultimátum alemán a Bélgica. Su contenido exponía que Alemania “no tenía más remedio” que entrar en territorio belga ante las noticias que le llegaron de una invasión francesa de Bélgica. Evidentemente la violación del país por Francia no se había producido, lo que resultaba ser una excusa barata por parte de los alemanes para justificar lo que a ojos de las potencias enemigas era injustificable. La nota animaba al gobierno belga a facilitar la entrada a las tropas germanas a cambio de que se retirarían cuando la guerra finalizase, así como pagar todo el daño que hubiesen producido. Pero si Bélgica se oponía al paso de sus tropas sería considerada como un enemigo de guerra. Se exigía una respuesta concreta en las siguientes 12 horas.
El rey Aberto I de Bélgica (1875-1934) subió al trono en 1909 tras la muerte de su tío Leopoldo II.
Durante la invasión alemana de 1914 él mismo comandó a su ejército y estuvo resistiendo mientras Francia e Inglaterra se reorganizaban. Mandó a sus soldados en la Batalla de Yser hasta que el país terminó sucumbiendo.
A su regreso en 1918 fue recibido como un héroe. Murió en 1934 tras una caída mientras escalaba una montaña.
El Gobierno sabía que cualquier decisión que tomaran implicaría la ocupación de su país. La respuesta a Alemania se puede personificar muy bien en las palabras del diplomático belga Albert de Bassompierre: “si hemos de ser aniquilados, que sea con gloria”.
Era lo único que en aquellos momentos les quedaba a los belgas: gloria y determinación. Porque el ejército estaba muy descuidado (tanto o más que la planificación), así también como las defensas y fortalezas del país. No estaban preparados para entrar en guerra, y mucho menos con un enemigo 10 veces superior. El ejército belga lo componían 6 divisiones de infantería y 1 de caballería, frente a las 34 divisiones alemanas que se esperaba cruzasen Bélgica.
Comenzó una amarga discusión en el Estado Mayor sobre la mejor forma de actuar ante la agresión. Mientras, el embajador alemán fue rápidamente para conocer la respuesta al ultimátum de su Gobierno. Los alemanes tenían prisa por poner en marcha su plan del cual el tiempo era un factor clave para el triunfo. El Káiser y su plana mayor del ejército estaban nerviosos por conocer la actitud de los belgas. Una resistencia a ultranza ralentizaría el avance de las divisiones germanas por el flanco, disminuyendo las posibilidades de sorprender a Francia.
Las dudas se despejaron rápido: a las 7 de la mañana del 3 de agosto Bélgica trasladó su respuesta el embajador declarando su decidida intención de rechazar cualquier ataque que vulnerase la integridad de su territorio. Acto seguido el rey Alberto mandó destruir puentes en Lieja y túneles de ferrocarril en la frontera con Luxemburgo para obstaculizar el paso de los ejércitos alemanes. Bélgica había tenido que asumir en muy corto espacio de tiempo que estaba en guerra con Alemania.
Se precipitan los acontecimientos
El 2 de agosto el ministro de Asuntos Exteriores inglés, Edward Grey, solicitó la autorización del Gabinete para hacer cumplir el acuerdo naval con Francia que estipulaba la defensa de las costas galas del Canal de la Mancha. Pero los liberales seguían sin estar dispuestos a comprometerse a algo definitivo.
Gran Bretaña se estaba preparando para la guerra, pero no así su voluntad. Finalmente se aceptó la solicitud de Grey a regañadientes. El escrito que se redactó y envió al embajador francés Cambon estipulaba que si la flota alemana pasaba por el Canal de la Mancha o por el Mar del Norte para emprender operaciones hostiles contra las costas o buques franceses, la flota inglesa la protegería en todo lo que a su alcance estuviera.
Cambon no estaba conforme del todo ya que la declaración seguía sin comprometerles ir a la guerra, pero para los partidarios de la no intervención en Inglaterra era demasiado. De hecho provocó una crisis en el Gabinete con la dimisión de dos ministros. Los partidarios de cumplir con los acuerdos que se habían firmado con Francia, con Churchill a la cabeza, estaban convencidos de que una Alemania hegemónica en el continente sería altamente perjudicial para los intereses británicos.
Esos acuerdos con Francia se habían redactado entre bastidores y la sociedad inglesa, que sentía el conflicto en Europa como una rencilla más entre franceses y alemanes, no era muy partidaria de intervenir. La clave seguía estando en la neutralidad belga. Su violación condicionaría de forma determinante la postura inglesa. El Gabinete, y la sociedad en general, ya no tendrían argumentos para oponerse si Alemania la invadía.
Y esto era precisamente lo que se estaba produciendo. Ante las noticias que le llegaban de Bruselas sobre el ultimátum alemán y la posterior respuesta belga, Inglaterra decreta la movilización de su ejército.
Grey, en un emotivo discurso ante el Parlamento, hizo un alegato a favor de la intervención de su país para preservar sus intereses y evitar que Alemania se convirtiera en la potencia indiscutible. Grey logró silenciar a la bancada pacifista y el camino hacia la guerra se estaba allanando. 2 horas después del discurso en el Parlamento británico Alemania le declaraba la guerra Francia.
En Francia el Primer Ministro Viviani esperaba la llegada del embajador alemán Von Schoen. Cuando finalmente apareció entregó la declaración de guerra. Alemania también dio el 4 de agosto el último aviso a Bélgica; solo 2 horas después, a las 8 de la mañana, soldados alemanes cruzaron su frontera por Gemmerich, cerca de Lieja. Al anochecer las tropas habían alcanzado el Mosa en Visé.
Al mediodía del 4 el rey Alberto es informado del avance alemán por su territorio. Hizo entonces un llamamiento a las potencias para que defendieran sus compromisos. A pesar de los acontecimientos que se estaban produciendo, en Europa muchos eran los que aún pensaban que Alemania no se atrevería a invadir Bélgica. Que sus declaraciones solo eran meras provocaciones para empujar a los franceses a atacar.
La realidad de los hechos consumados estaban empujando a todos los agnósticos a creer. El avance alemán hacia Lieja y el llamamiento desesperado del rey Alberto ya no dejaban margen a la duda. Al mismo tiempo los soldados franceses desfilaban por las calles de París rumbo al frente.
Invasión de Bélgica
En Alemania los discursos apelando a la unidad se sucedían por todo el país. Los diputados del Reichstag se reunieron para escuchar el discurso del Káiser. Guillermo justificó la intervención alemana y echó la culpa del conflicto que se avecinaba a Serbia y a Rusia. Terminado su discurso ante los diputados, pronunció un aviso para los años siguientes: “desde este día no reconozco partidos políticos, sino solamente alemanes”.
Posterior al discurso del Káiser fue el del Canciller. Reveló ante la atónita cara de sorpresa de los diputados alemanes que el ejército alemán se encontraba ocupando Bélgica. Se justificó como una necesidad ya que Francia iba a hacer lo mismo. Lo único que ellos hacían era adelantarse al enemigo. Toda la sociedad alemana se estaba enterando demasiado tarde de lo que su Gobierno estaba llevando a cabo, pero ahí es donde radicaba su poder: ya todo era inevitable.
La noche del 4 de agosto los alemanes recibieron respuesta de Inglaterra. Durante ese mismo día Berlín había estado recibiendo “avisos” que dejaron de serlo para formalizarse definitivamente en un ultimátum a Alemania tras la confirmación de la invasión a Bélgica. La exigencia inglesa ya resultaba ser del todo imposible: que las tropas germanas se retiraran del territorio belga. Solo era cuestión de tiempo la declaración de guerra por parte de ambos países.
En Londres sin embargo continuaban las disputas, pero a diferencia de antes, las discusiones las provocaba ahora el envío del Cuerpo Expedicionario a Francia. Se acordó con los galos el traslado de 6 divisiones en 15 días. El Primer Ministro Asquith temían una invasión a las islas pero el Comité de Defensa Imperial le había garantizado que era del todo impracticable y que los buques ingleses defenderían las costas.
El embajador francés en Londres volvió de nuevo a presionar para que no se perdiese tiempo en enviar esas divisiones que se habían acordado. El Gabinete estaba sumido en disputas internas que podrían tener serias consecuencias en el devenir del conflicto si el traslado de los soldados al continente se retrasaba.
Pasadas las 11 de la noche del día 4 se recibió la respuesta alemana. Inglaterra y Alemania estaban oficialmente en guerra. Al día siguiente, con el ataque a Lieja, comenzaba una nueva y gris etapa en Europa que tendría unas consecuencias demasiado largas en el tiempo. Las palabras del general alemán Moltke fueron acertadas y premonitorias: “Europa entraba en la lucha que decidiría el curso de la historia durante los siguientes cien años”. Quedaba declarada oficialmente la Guerra Mundial por todas potencias intervinientes.
La entrada de Turquía en la guerra
Cuando se produjo el estallido en el avispero balcánico, Turquía tenía alrededor muchos buitres acechando sus posesiones, y muy pocos aliados. Habían intentado varias veces matar al “enfermo de Europa” pero este se afanaba a la vida, manteniendo sus constantes vitales, aunque cada vez más debilitadas.
La revolución de los Jóvenes Turcos
En 1908 la revolución de los Jóvenes Turcos, liderados por Enver Bey, vino a dar un aire fresco al maltrecho país, derrocando al viejo sultán. Estaban decididos a rejuvenecer Turquía, revitalizándola, reafirmando sus territorios para rehacer la dominación panislámica otomana. Unas intenciones muy ambiciosas para un país tan debilitado.
Alemania se convirtió en el primer momento en el apoyo de los Jóvenes Turcos, causando los recelos rusos. Una misión militar germana enviada en 1913 para reorganizar el ejército turco casi provoca un conflicto diplomático con Rusia de dimensiones inesperadas.
Pero los turcos no tenían claro a qué bando unirse en el momento que estallase la guerra en Europa, aunque sabían que más tarde o más temprano tendrían que alinearse. Sus nuevos dirigentes veían con buenos ojos a Alemania, en cierta medida se comparaban con ella: era un país joven y nuevo que había venido a forjar el futuro, al igual que Enver y su grupo revolucionario para con Turquía.
Pero no todos en el gobierno lo tenían tan claro. Si los aliados ganaban la guerra, acudirían prestos a repartirse su país; pero si entraban en guerra junto a los alemanes, terminarían convirtiéndose en un vasallo de ellos si triunfaban en los campos de batalla de Europa. Rusia, el eterno enemigo, los empujaba a los países de la Triple Alianza, porque además sabían que con Alemania podría obtener un mejor precio.
La posición turca ante la guerra
Gran Bretaña, protectora del Imperio otomano durante un siglo, había comenzado a desentenderse de ella. Los ingleses habían estado apoyando a todos los déspotas turcos que ocupaban el poder porque les interesaba un país débil y corrupto. El desprecio que muchos liberales sentían, incluido Churchill que la llamaba la “escandalosa, hundida, decrépita y arruinada Turquía”, estaban distanciando las relaciones. Incluso los turcos solicitaron una alianza formal con Reino Unido que fue desechada. Turquía ya no interesaba, no importaba, solo era un enfermo que se debía dejar morir para luego repartírselo.
Los alemanes intentaron aprovecharse de esta circunstancia y cuando estalló la guerra su diplomacia buscó la alianza con Turquía. Eran los únicos que podían aislar a los rusos en el Mar Negro. El Káiser se empeñó en entablar un acuerdo y este se adoptó el 28 de julio de 1914, justo los días determinantes en los que las potencias europeas iban decidiendo su suerte.
Si había dudas del pacto con Alemania, los ingleses les ayudaron a decantarse. Les fueron requisados a los turcos dos barcos que se estaban construyendo en los astilleros ingleses. Ya habían adelantado una cantidad enorme de dinero y cuando los fueron a reclamar se encontraron con las continuas evasivas y negativas. El cabreo fue monumental. El ministro de Asuntos Exteriores, sir Edward Grey, les transmitió a los turcos su “tristeza” por lo ocurrido y prometió que se estudiarían las pérdidas financieras que le habían provocado. Era una excusa que ni siquiera Grey se molestó en ocultar.
Lo cierto es que se subestimó a los turcos ya que los ingleses prefirieron esos dos barcos a una alianza con ellos, algo que más tarde lamentarían. Pero por ahora seguían confiados porque Turquía no tomó represalias, ni les declaró la guerra. Decidieron aferrarse estrictamente a su neutralidad. Era mejor esperar para ver qué rumbo tomaba el viento y empujar por esa dirección. Y eso a pesar de las continuas presiones alemanas para que atacasen Rusia en virtud del acuerdo que habían suscrito con ellos. Pero todo el Gobierno, a excepción de Enver, deseaba seguir aplazando la decisión.
El Goeben y el Breslau
Cuando estalló la guerra, el mar Mediterráneo se convirtió en un punto de concentración de las potencias. Por un lado las flotas francesa e inglesa vigilaban las costa norte de África. Se les ordenó trasladar a Francia al Cuerpo Colonial francés lo antes posible; también se encontraba allí la marina austriaca que disponía de 8 navíos en activo con su base en las costas del Adriático; y la marina italiana que por ahora era neutral.
De entre todas estas flotas dos navíos navegaban con una misión clara: derribar los transportes de las tropas francesas. La flota alemana era la segunda mayor del mundo pero en el Mediterráneo solo tenían el Goeben, grande como un acorazado de combate, y el Breslau, crucero ligero.
Los ingleses estaban muy pendientes de los dos buques alemanes. El 2 de agosto Chuchill dio la orden de seguir al Goeben y de vigilar el Adriático para cuando apareciera la marina austriaca y se declarase formalmente la guerra. Pero la incertidumbre sobre si Inglaterra entraría o no en la guerra impedía llevar acciones más contundentes.
El 3 de agosto recibieron instrucciones de Berlín: ya no era importante hundir barcos aliados, ahora lo que primaba era ejercer la máxima presión a Turquía para que entrara en guerra. El almirante Souchon dio orden de dar media vuelta y poner rumbo a Constantinopla, no sin antes bombardear la costa de Argelia y sembrar el caos y el desconcierto.
A nadie se le ocurrió en el bando aliado que el Goeben y el Breslau terminarían realizando una misión política de especial trascendencia. Es por ello que después del bombardeo, y al no ser interceptados, los franceses se desentendieron de ellos y prosiguieron con su misión de trasladar las tropas francesas.
En su camino a Constantinopla los buques alemanes se toparon con dos ingleses. Alemania y Francia estaban formalmente en guerra pero Inglaterra todavía no la había declarado a los alemanes (sería el día siguiente), por eso los buques se cruzaron sin disparase, aunque omitiendo el acostumbrado intercambio de saludos.
Aunque los ingleses no podían todavía atacarlos, sí debían cumplir las órdenes de Churchill de seguirlos y no perderlos de vista. A su vez Souchon procuró poner la máxima distancia entre él y sus perseguidores. Churchill estaba frustrado. Sabía que era cuestión de tiempo que su país entrara en la guerra y se veía imposibilitado para mandar la orden de atacar. Sin embargo lo que Churchill no sabía era la dirección que los buques alemanes estaban tomando.
Mientras seguían pasando las horas los barcos alemanes iban cogiendo más ventaja, hasta que desaparecieron de la vista de los ingleses. Cuando al día siguiente amaneció y los ingleses ya estaban en guerra, el Goeben y el Breslau habían desaparecido.
En Mesina, donde pararon para repostar carbón para las maltrechas calderas, el almirante alemán recibió un telegrama donde se anulaba su misión de Constantinopla: “Por razones políticas arribo a Constantinopla no aconsejable en los actuales momentos”. El mensaje se trasladó a los buques alemanes ante el miedo de algunos ministros turcos. No querían que se violase la neutralidad de Turquía y Enver, muy a su pesar, trasladó al Gobierno alemán su negativa a la llegada de los barcos.
Un segundo telegrama de Berlín informaba a Souchon que la flota austriaca no podría ayudarles y que en estas circunstancias daban vía libre al almirante para que hiciera lo más oportuno. El almirante sopesó las posibilidades. Volver sobre sus pasos sería lo más parecido al suicidio, ya que los ingleses seguían buscándolos; intentar cruzar el estrecho para llegar al atlántico con la densidad de barcos franceses que había en la zona tampoco era muy viable. En esta situación podrían destruir todos los barcos que pudieran hasta que las flotas inglesa y francesa los hundiesen; otra sería refugiarse en Pola al abrigo de los austriacos, pero eso significaría no emprender ninguna acción.
Así que Souchon decidió seguir con el plan: ir a Constantinopla y forzar a los turcos, contra su voluntad si hiciese falta, a entrar en la guerra contra Rusia. Los alemanes si hicieron a la mar a pesar de la orden en contra que habían recibido.
Una misión militar secreta
Los alemanes intentaron en todo momento despistar a los ingleses pero el Gloucester los interceptó en Mesina. Como el buque inglés no era lo suficientemente grande como para enfrentarse a los dos alemanes, los siguió sin perderlos de vista, telegrafiando su posición en busca de refuerzos.
La persecución proseguía sin saber los ingleses las verdaderas intenciones de Souchon. De pronto el Goeben y el Breslau decidieron echar marcha atrás y disparar al Gloucester, que respondió al ataque. Desesperados porque los refuerzos no llegaban, los marinos ingleses decidieron retirarse de la lucha antes de que hundieran su buque.
Souchon no perdió tiempo en seguirlo y tomó rumbo de nuevo a su objetivo. El Gloucester volvió a virar para continuar la persecución pero decidió no perseguirlo más por órdenes del almirante Milne. Finalmente, libres al fin, los dos buques repostaron para continuar su camino. Los ingleses habían desaprovechado multitud de ocasiones para derribarlos, pero si hubiesen sido conscientes de su misión probablemente se habrían esforzado más.
El almirante Milne seguía quebrándose la cabeza por tratar de averiguar cuáles eran las intenciones de Souchon, pero en ninguno de sus pensamientos estaba la idea de que intentara violar la neutralidad turca. Por eso no acertaban sobre la dirección que estaban tomando.
En las costas de Denusa, mientras repostaban de nuevo, Souchon se las ingenió para avisar al agregado naval alemán en Constantinopla de su llegada sin que su mensaje fuera interceptado por los ingleses. El mensaje decía: “necesidad militar inevitable requiere ataque contra enemigo en el Mar Negro. Consiga mi paso por los estrechos con permiso del gobierno turco, si es posible, y sin su aprobación si es necesario”.
El paso de los Dardanelos estaba minado por los turcos y era necesario su consentimiento si quería atravesarlo. De esta manera el Goeben y el Breslau estuvieron todo un día esperando la respuesta del agregado naval. Pero no podían esperar más. Los ingleses les alcanzarían y de nuevo se pusieron en marcha decidiendo forzar los Dardanelos si hacía falta. Justo en el momento de la salida recibieron el siguiente mensaje: “Entrad. Exigid rendición de los fuertes. Capturad piloto”.
Finalmente Souchon llegó a los Dardanelos con los imponentes cañones de la fortaleza de Chanak y solicitaron permiso para entrar en los estrechos. Puso inmediatamente a su tripulación en los puestos de combate y esperaron en cubierta, nerviosos y expectantes, la respuesta turca.
Enver era Ministro de la Guerra y en su cargo controlaba el estrecho. Estaba dispuesto a dejar pasar los buques alemanes pero su Gobierno no lo tenía tan claro. Las confusiones y dudas se terminaron de despejar cuando Enver decidió en un instante la situación: “Se les permite la entrada”. También les consistió disparar si los buques ingleses les seguían. El Goeben y el Breslau entraban en los Dardanelos llevando consigo la guerra.
Un nuevo país en la guerra
La noticia recorrió el mundo entero llegando a los oídos del almirante inglés Milne. Los navíos ingleses se aprestaron rápidamente a establecer un bloqueo en los Dardanelos. Las diplomacias aliadas presionaron al Gobierno turco para que entregase a los alemanes.
Los turcos seguían en un dilema, atrapado entre las presiones alemanas para que le declarase la guerra a Rusia y las de los aliados. Pero Turquía quería seguir jugando su baza de neutral. Se llegó a un acuerdo por el cual los turcos se quedarían con los barcos alemanes, pasando a su flota, y los aliados consintieron. Justicia divina por los dos buques que los ingleses no quisieron dar a los turcos.
En el último momento la belicosa Rusia temía que Turquía entrase en guerra y se viera en vuelta en varios frentes. Franceses y rusos trataron por todos los medios de convencer a los turcos para que siguieran siendo neutrales pero los británicos no estaban dispuestos a negociar con un país que hasta hace poco había sido su protegido. Churchill incluso quería bombardear los buques, pero el Gabinete se negó.
Los alemanes decidieron poner fin a esta situación. Aunque oficialmente el Goeben y el Breslau habían pasado a manos turcas, la tripulación era la misma, y su almirante, Souchon, también. Así que por orden de este entraron en el Mar Negro y bombardearon Odesa, Sebastopol y Feodosia, causando muchos muertos entre la población civil y destruyendo un buque ruso.
El gobierno turco, paralizado por los acontecimientos, estaba decidido a desvincularse de la acción alemana, pero se dieron cuenta que ellos mismos, la ciudad, el Gobierno, la capital, su soberano, su califa y su gente estaban a tiro de los cañones del Goeben y el Breslau. Si querían contentar a los aliados tendrían que expulsar a los alemanes y previsiblemente sufrir las consecuencias. Si no los expulsaban los aliados declararían la guerra a Turquía ya que los bombardeos se habían llevado a cabo por buques que estaban bajo su bandera.
El 4 de noviembre Rusia declaraba la guerra a Turquía y el 5 Francia e Inglaterra. Los turcos, reacios a entrar en el conflicto habían sido víctimas de una jugada magistral de los alemanes. Se abrió un nuevo escenario de guerra que tendrá consecuencias imprevisibles para todos, pero esto ya es tinta para otra historia.
Libros sobre la Primera Guerra Mundial
Harry Patch. Radiohead
Radiohead compuso esta canción a Harry Patch, excombatiente de la Primera Guerra Mundial que vivió 111 años. El veterano habló de su experencia en la guerra al grupo y les impactó.
HARRY PATCH
Soy el único que atravesé
Los otros murieron donde cayeron
Fue una emboscada
Vinieron desde todos lados
Dale a cada uno de tus líderes un arma
y luego deja que luchen ellos solos
He visto demonios viniendo del suelo
He visto el infierno en esta tierra
El próximo será químico pero nunca aprenderán.