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El Levantamiento del 2 de Mayo de 1808

Cuadro de Goya. Fusilamientos del 3 de Mayo.



Este es el mejor artículo que se ha escrito en la web sobre los sucesos que acontecieron en Madrid en el Levantamiento del 2 de Mayo de 1808. Te aconsejamos que te sientes y disfrutes porque, cuando hayas terminado, te harás un experto u experta del tema.

Índice del artículo

Resumen

Si quieres conocer los trágicos acontecimientos que se sucedieron en Madrid, estás en el lugar indicado. El artículo que tienes ante ti es un relato pormenorizado de los hechos que cambiaron el rumbo de la historia. Sigue leyendo y disfruta.

¿Qué fue el alzamiento del Dos de Mayo?



En resumen, fue una revuelta espontánea del pueblo de Madrid que salió a las calles para enfrentarse contra las tropas de ocupación francesas de Napoleón. Además de los acontecimientos históricos que sucedieron, el 2 de mayo de 1808 se ha convertido en una fecha con un significado simbólico muy fuerte. Tuvo grandes consecuencias políticas en los siguientes años, originó la Guerra de la Independencia española contra los franceses y, desde entonces, se ha venido utilizando como justificación patriótica de determinadas ideologías en algunos momentos de la historia de España. Nos conviene recordar lo que allí sucedió y sacar una lección de ello.

¿Dónde se produjo el 2 de Mayo?

El levantamiento popular tuvo su origen en Madrid, la capital del reino. La violencia que se generó en sus calles hizo correr como la pólvora la noticia en otras ciudades de España. Muy pronto todo el país se levantó en armas contra los franceses, iniciándose la Guerra de la Independencia española.

Causas del Levantamiento del 2 de Mayo de 1808

¿Por qué se produjo el Levantamiento del 2 de Mayo? Las causas son más complejas de lo que parecen. La ocupación francesa fue el motivo principal, pero España ya venía lastrando serios problemas.

La familia de Carlos IV. Pintura de Goya
Cuadro titulado La familia de Carlos IV, obra de Francisco de Goya. En la pintura están representados los infantes Carlos María Isidro, Francisco de Paula, Carlota Joaquina, María Josefa, María Luisa, Gabriel Antonio y Carlos Luis. También se observa a Luis de Etruria, esposo de María Luisa. Esta carga en brazos a su hijo Carlos Luis. Otras figuras son los reyes Carlos IV y María Luisa de Parma, el príncipe Fernando y su esposa María Antonieta. Al fondo a la izquierda aparece el propio Goya.

El panorama político de España

Carlos IV reinaba desde 1789, pero solo era una figura decorativa. Quien de verdad llevaba todos los asuntos del reino era Manuel Godoy, el llamado Príncipe de la Paz. Godoy había puesto fin a la guerra contra Francia en la paz de Basilea de 1795, recibiendo este famoso título. A partir de aquí, España presta constante ayuda militar a Francia para su empresa contra Gran Bretaña.

En 1796 se firma el tratado de San Ildefonso que arrastra al país a una guerra naval contra Gran Bretaña. Más adelante, en 1802, se firma la paz de Amiens, que para las hostilidades. Pero durará muy poco. En Francia Napoleón es declarado Emperador e insta a España, que sufre la piratería inglesa, ha declarar de nuevo la guerra a los ingleses.

El 21 de octubre de 1805, las flotas navales española y francesa son aniquiladas por la británica en Trafalgar. Después de este descalabro, España deja de ser una potencia marítima, lo que tendrá graves consecuencias en un futuro para sus colonias de ultramar.

Con el desarrollo de estos acontecimientos, la monarquía española va entrando poco a poco en la esfera de influencia del país vecino, convirtiéndose en una aliada satélite de Francia.

Retrato de Manuel Godoy. Pintura de Francisco de Goya
Cuadro de Francisco de Goya: retrato de Manuel Godoy, duque de Alcudia, Príncipe de la Paz

El tratado de Fontainebleu

La estrategia de Napoleón contra su enemigo inglés pasaba por realizar un bloqueo continental que terminara por asfixiar su economía. España, como aliada, se veía obligada a colaborar en el bloqueo. El 27 de octubre de 1807 se firma el tratado de Fontainebleu en el que se estipulaba el futuro reparto de Portugal. Una de las clausulas del tratado tenía una importancia histórica: se preveía la introducción en la Península de unos 28 000 soldados franceses para la invasión de Portugal.

La cada vez mayor influencia francesa en España estaba bendecida por Godoy, pero sobre todo la allanó las constantes intrigas palaciegas. Godoy no era un figura muy bien vista por el pueblo. Fernando VII, hijo de Carlos IV, se aprovechó de esta situación y se enfrentó contra la mano derecha de su padre. En torno al príncipe de Asturias se formó el denominado “partido napolitano” que comenzó a intrigar contra el Príncipe de la Paz.

Retrato de Fernando VII en el Levantamiento del 2 de Mayo

Fernando VII (1784-1833) es, para muchos historiadores, el peor rey que ha tenido España. Y, sin embargo, para el pueblo siempre había sido El Deseado. Durante la Guerra de la Independencia, mientras el pueblo español derramaba su sangre contra los franceses para lograr su vuelta al trono, Fernando no dudaba en felicitar a Napoleón por sus éxitos militares en la Península. Los patéticos y bochornosos acontecimientos de Bayona nunca salieron a la luz pública. Napoléon, en su primera entrevista con Fernando, ya se hizo una idea de la capacidad intelectual y la poca voluntad que poseía el monarca español.

Fue un rey muy vengativo, tal y como actuó tras el golpe militar liberal de Riego. Durante su reinado, España perdió una oportunidad de oro de instaurar un sólido régimen liberal. Los enfrentamientos entre conservadores y liberales, que tanto alentó, serán un problema estructural que acompañará al país hasta bien entrado el siglo XX.

Fernando VII nunca estuvo a la altura de las circunstancias de un tiempo complejo y difícil para España.

Las intención de Fernando VII era conseguir el trono de España cuanto antes, sin importar que estuviera reinando su padre. Comienza una campaña de desprestigio contra Godoy que, en última instancia, derivó en un complot que terminó siendo descubierto. El príncipe fue juzgado en el proceso de El Escorial. El juicio fue solo un falsa, pues Fernando VII terminó pidiendo perdón a su padre y fue absuelto.

La invasión de España por las tropas francesas

El 18 de octubre de 1807, en aplicación del tratado de Fontainebleu, un primer ejército francés entra en España y se dirige hacia Portugal. Los franceses entran en Lisboa el 30 de octubre y conquistan el país de forma rápida y fácil. Los monarcas lusos, en previsión de lo que le iba a ocurrir al país, se exilian a Brasil.

El 21 de noviembre entra en España un segundo ejército para proteger la retaguardia del primero, al mando del general Dupont, que se instala en Burgos y Salamanca. Pero esto no acabará aquí: sucesivos ejércitos franceses van cruzando los Pirineos y se instalan en Pamplona y San Sebastián.

Con la excusa de la invasión a Portugal, aliada de Gran Bretaña, Napoleón pretende conquistar militarmente España de manera pacífica. Su estrategia le está saliendo bien. En total, 65 000 soldados franceses se han instalado por todo el país. Es un verdadero ejército de ocupación que el Emperador pone en manos de Murat, Gran Duque de Berg.

Joaquín Murat

Joaquín Murat se convirtió en un figura clave en el levantamiento del Dos de Mayo. El mariscal francés, que entró en España en 1808 con el rango de comandante del ejército y gobernador de Madrid, dirigía el supremo mando de las tropas francesas en España.

Mientras tanto, la presencia francesa alarmaba cada vez más a la población. La familia real, inquieta por los acontecimientos, se traslada a Aranjuez con la intención, llegado el momento, de embarcarse hacia América si la situación se descontrolaba.

Algunos motines contra Godoy terminaron por decidir a Carlos IV por abdicar a favor de su hijo Fernando. Los acontecimientos de Aranjuez pusieron en evidencia el odio que el pueblo procesaba por la figura de Godoy, y la simpatía que mostraba por Fernando.

Las abdicaciones de Bayona

El acceso al trono de Fernando VII fue bien recibido en España. Pero esto no diluyó el hecho de que las tropas francesas seguían en territorio español. Mientras, Murat seguía inmiscuyéndose en los asuntos españoles. Dejó caer a Napoleón la idea de aprovechar las circunstancias que se habían creado con la abdicación de Carlos IV  para interés de Francia.

Retrato de Joaquín Murat. Levantamiento del 2 de mayo
Joaquín Murat (1767-1815), duque de Berg, mariscal de Francia y rey de Nápoles. Su gestión de los sucesos de Madrid el 2 de mayo y días posteriores se basó en una dura represión que terminó por alentar a la sublevación de las fuerzas contrarias a la ocupación francesa. El bando que publicó tras los sucesos no dejaba duda alguna de sus intenciones: fusilar a todo aquel que haya participado en la rebelión. Como dice el refrán «el que a hierro mata a hierro muere», Murat se vería más adelante frente a un pelotón de fusilamiento que acabaría con su vida un 13 de octubre de 1815.

Carlos IV comenzó a pedir al Emperador la protección para él y para Godoy. Por su parte Fernando VII, ansioso por ser reconocido por Napoleón, lleva a cabo una política sumisa a los intereses franceses.

Este panorama fue ágilmente aprovechado por Napoleón para invitar a Fernando VII  a un encuentro. El regente salió de Madrid dejando al poder a una Junta Suprema de Gobierno rumbo a la entrevista con el máximo dignatario francés. Fernando pensaba que se produciría en territorio español. En Burgos, donde hizo una parada, Saravy, el enviado por Napoleón, le convence para que se traslade hacia Vitoria. El monarca español sabía de la encerrona. Bajo amenaza de restaurar en el trono a su padre, Napoleón le pide que se dirija hasta Bayona. Fernando se pliega a su voluntad y sale del país.

En Bayona Napoleón le comunicó a Fernando su intención de que los borbones dejaran de reinar en España. Le impuso un ultimátum: o renuncia al trono o comenzaría a negociar con su padre, que en esos momentos también estaba llegando a la ciudad francesa.

Carlos IV y Fernando VII renunciaron a su derecho al trono. Napoleón era amo y señor de España: su ejército la había ocupado, la Junta de Gobierno, único institución soberana, estaba plegada totalmente a las órdenes de Murat, y ahora tenía el poder de decidir a quién poner en el trono de España.

Historia del levantamiento del 2 de mayo



“A los españoles les gusta renegar de su país y de sus instituciones, pero no permiten que lo hagan los extranjeros.”

Napoleón Bonaparte

Esta era la situación de España justo antes del alzamiento del 2 de Mayo: con los dos soberanos españoles enfrentados y en manos del Emperador francés; y con Murat en Madrid dirigiendo los designios españoles, con una Junta de Gobierno plegada a su voluntad.

Murat solicitó a la Junta trasladar a la reina de Etruria y al infante Francisco, pero esta se niega. Una carta de la reina en la que pide reunirse con su padre convence a la Junta, y termina doblegándose a los deseos de Murat. Empiezan a organizar su traslado, pero nadie pensó las consecuencias imprevisibles que tendría esta decisión.

Los rumores

A primerísima hora de la mañana del 2 de mayo de 1808 tres carruajes de caballos se sitúan en la puerta del Príncipe del Palacio Real. Una docena de madrileños, que pasan por el lugar, ojean curiosos lo que está ocurriendo. Como mecha que prende la pólvora, los rumores se van extendiendo cada vez más por la capital del reino. Entre las gentes se comenta que Murat, el odiado lugarteniente de Napoleón, quiere llevarse a Francia a don Francisco de Paula y María Luisa de Borbón (la reina de Etruria), ambos hijos de Carlos IV y hermanos, a su vez, de Fernando VII; también eran los últimos de la familia real que aún quedan en España.

Los rumores que circulan son muchos y muy variopintos, pero todos coinciden en que a Fernando VII lo tienen retenido contra su voluntad.  Conforme se despierta la mañana grupos de personas van tomando las calles y dirigiéndose a la puerta del Sol.

Los días anteriores se habían saldado con una tensa calma rodeada de una nebulosa de opiniones, rumores y chistes que nada dejaban ver la realidad, si esta se podía llegar a atisbar. Los incidentes entre franceses y madrileños iban en aumento cada día, y Murat había sido abucheado varias veces por la población. Sin duda los ánimos estaban muy crispados.

La Junta Suprema de Gobierno

Antes de partir al encuentro con Napoleón, Fernando VII ordenó instaurar una Junta Suprema en su ausencia. Nombró a su tío, el infante Antonio Pascual, presidente de este órgano regente. Al fin y al cabo, y en la práctica, la Junta no hacía nada que molestase a los franceses.

Las autoridades se preocupaban por aplacar los ánimos y no provocar a las tropas francesas. Pero la Junta es más débil a cada día que pasa, y los franceses muestran más su arrogancia de conquista y sometimiento. De hecho, a los 3500 miembros de la guarnición de Madrid se les había retirado las municiones por orden del capitán general, don Francisco Javier Negrete. Es por este motivo por el cual se hacía muy difícil dispersar a las gentes que se estaban reuniendo en la puerta del Sol. Se habían enviado a varios guardias para ese cometido, pero las personas iban en aumento conforme pasaban los minutos.

Mientras que el odio se va apoderando de las calles madrileñas, la Junta está reunida discutiendo qué hacer ante el ultimátum que les ha presentado Murat. Quiere que la Junta se subordine a él, en caso contrario tomará el mando supremo. La reunión la preside el infante don Antonio, pero en ella están ilustres personalidades como Francisco Gil de Lemus (ministro de Marina) o el general Gonzalo O´Farril (representante del Ejército), entre otros distinguidos.

Deciden satisfacer los deseos franceses y aceptan el traslado a Bayona de los dos miembros de la familia real que aún quedan en Madrid. Ordenan, además, el acuartelamiento de las tropas españolas y nombran una nueva Junta que ha de actuar fuera de Madrid. Este último punto se toma en rebeldía al poder francés; pero es solo una pataleta, en lo más importante la Junta se ha plegado a las exigencias de Murat.

¡Que nos lo llevan!

La gente reunida comienza a propagar historias sobre Fernando VII: que si está retenido por Napoleón y ha conseguido escapar; que si está a punto de llegar a Madrid; que si, que si… Y cada vez más gente congregada que intercambia los amargos conflictos que han tenido (o que han visto) con los ocupantes franceses.

Retrato de Napoleón Bonaparte. Guerra de la Independencia española
Napoleón Bonaparte (1769- 1821) fue la persona más influyente de la Europa del siglo XIX. Puso todo el continente en pie y removió todos sus cimientos. Su capacidad intelectual, así como su inteligencia militar, están a la altura de sus conquistas. En torno a él hay muchos mitos, uno de ellos, su baja estatura. Sin embargo, sus 1,70 centímetros, promedio de la época, vienen rebatir esa gran mentira histórica. Con 20 años ascendió a oficial de artillería, comenzando un ascenso meteórico que le convertiría en cónsul de Francia y, posteriormente, emperador, hasta ser el dueño de casi toda Europa. Solo Gran Bretaña, la eterna enemiga, le quitaría el sueño. Su gloria comenzó a decaer con el fracaso de la invasión de Rusia. Fue confinado en la isla de Santa Elena, y su muerte aún sigue generando muchas controversias y teorías de todo tipo. Licencia

En el Palacio Real dos de los carruajes se marchan llevando consigo a la reina de Etruria y sus hijos. Solo queda un solo carruaje y, en el interior del Palacio, el infante don Francisco espera su turno para salir rumbo a Bayona. En la explanada del Palacio son aún muy pocos los que están observando la escena; uno de ellos es José Blas de Molina Soriano, un cerrajero de profesión cuya aportación ese día pasará a la historia. Es un ferviente defensor de Fernando VII, al que le profesa una admiración irracional. Viendo lo que está ocurriendo decide tomar cartas en el asunto. El humilde cerrajero va directamente al carruaje y se planta enfrente, vociferando a pleno pulmón:

¡Traición! ¡Se llevan al infante!

La mecha acaba de ser prendida.

Las órdenes de Murat

La gente que se ha congregado en la explanada del Palacio Real va en aumento, así como los gritos: ¡traición! ¡Se llevan al infante don Carlos! ¡Mueran los franceses! En ese momento el infante sale al balcón de Palacio para calmar los ánimos; pero justamente ocurre todo lo contrario.

Algunos cortan las cuerdas del carruaje y dos centinelas franceses acuden hacia la multitud. Los habrían matado si no hubiese intervenido un soldado español. Pero parece que ya nada se puede detener. El gentío enloquece y busca sangre francesa, y entre los cabecillas está el cerrajero Molina. La turba divisa a un soldado francés y, con furia incontenida, se lanzan contra él. Es la primera de las muchas muertes que habrá ese día.

Ante los acontecimientos que se están dando, se traslada al lugar un batallón de granaderos de la Guardia Imperial acompañados por dos piezas de artillería. Tienen la clara orden de Murat de dispersar a los allí congregados a fuerza de disparos. Los soldados franceses se despliegan en formación y apuntan con sus fusiles. Los granaderos abren fuego contra la masa de personas, que son más de 500 almas. El caos que viene después se mezcla con los gritos de sorpresa de los que han sobrevivido a la primera descarga y de los que están en el suelo heridos. Pero el fuego no para y los soldados lo intensifican. Muchos cuerpos yacen en el suelo entre charcos de sangre; los que pueden intentan huir del lugar; otros se quedan a ayudar a los que conocen y caen también muertos. La respuesta francesa ha sido contundente.

¡Armas! ¡Armas!

La descarga de fusilería se ha escuchado por todo el centro de Madrid. Los nervios, que estaban ya a flor de piel, se desatan. Los acontecimientos que se han producido en la explanada del Palacio Real es la gota que colma el vaso para los madrileños. Gentes asustadas y manchadas de sangre corren por las calles gritando y clamando venganza. Pero también pidiendo armas. Toda la ciudad ya es un clamor y da comienzo una caza de todo aquel que sea francés, o se le parezca, puesto que la turba no suele preguntar esos detalles concretos.

Algunos soldados franceses, pillados solos y desprevenidos, son asesinados por grupos de personas, a palos y pedradas. Muchos morirán así. La arrogancia francesa en la ocupación está pasándoles factura. El grito se hace cada vez más intenso pidiendo armas, y el odio ya es incontrolable.

Desarrollo de la batalla del Dos de Mayo



Por todo Madrid los encolerizados habitantes buscan a los soldados franceses que puedan encontrar y los asaltan. Muchos mueren, mientras algunos se salvan escondiéndose en iglesias y conventos; otros los auxilian sus propios compañeros de armas.

Los hombres, acompañados por mujeres, llevan todas las armas que tienen: palos, hachas, espadas, navajas, cuchillos, trabucos o pistolas. Los dueños de los comercios echan el cierre a la vista de lo que ocurre. Madrid se prepara para un día sangriento.

Se juntan partidas de personas y los disturbios se van transformando, lentamente, en una insurrección general. Estas partidas estaban formadas por personas de clase baja, de profesiones humildes como obreros, funcionarios, artesanos y comerciantes. Las clases altas se mantienen al margen. Son muchos a los que se les acusa de afrancesados. A pesar de ello, hay algún que otro noble que se atreve a salir a la calle para luchar contra el invasor.

Malasaña y su hija se baten contra los franceses en una de las calles que bajan del parque a la de San Bernardo. 2 de Mayo de 1808. Cuadro de Eugenio Álvarez Dumont.
Título: Malasaña y su hija se baten contra los franceses en una de las calles que bajan del parque a la de San Bernardo. Dos de mayo de 1808. Esta pintura muestra el momento en el que Juan Malasaña ataca al dragón francés que acaba de asesinar a su hija, la famosa Manuela Malasaña. Cuadro de Eugenio Álvarez Dumont.

También hay quien intenta poner algo de paz a lo que ya no tiene remedio. Muchos madrileños protegen y salvan la vida de los soldados franceses que son pillados por las calles, desprevenidamente, por grupos que van a su cazas. A veces anteponiéndose entre ellos y la turba que los quiere matar; otras escondiéndolos en sus casas. Muchos franceses deben la vida a estas acciones humanitarias. Las realizan personas de las clases medias que, si bien no ven con buenos ojos la ocupación francesa, tampoco les gusta que la situación pase a manos de cabecillas descontrolados. Frente al vacío de poder que ha dejado la corona, los franceses, piensan, son un mal menor.

Los edificios donde se afinan los franceses (el Hospital General y el edificio de Correos) son rodeados. Las tropas españolas, que supuestamente tienen que controlar la situación, están desconcertadas y, sobre todo, desarmadas. No saben cómo actuar ni en qué bando situarse. Las órdenes de sus superiores habían sido claras: “respetar a los franceses y mantener el orden”, pero con Madrid envuelta en una vorágine de lucha y sangre esas órdenes debían actualizarse. La inmensa mayoría rezaba por no tener que reprimir a sus propios compatriotas. Pero a estas alturas ya todo era posible.

La reacción francesa

En el palacio de Grimaldi, Murat, el gran duque de Berg, ha instalado su Cuartel General. La oficialidad francesa está viviendo los sucesos con gran nerviosismo. Multitud de soldados entran y salen del palacio con órdenes.

Dentro de la ciudad hay acantonados 10 000 soldados imperiales, 20 000 más en las afueras, y el ejército del general Dupont a un día de marcha de Madrid. En las tropas francesas de Madrid se integran batallones tan profesionales y experimentados como los de Prusia y Westfalia, así como dragones, coraceros, granaderos y jinetes. Todo un ejército verdaderamente profesional, fogueado en los campos de Europa, y dirigidos por una oficialidad muy preparada y experta. Por algo Napoleón era dueño y señor de casi todo el continente.

Tal y como había pasado en otras ciudades europeas, Murat pensaba que un escarmiento rápido y sangriento a la población resolvería el problema de su indisciplina. Pero la realidad era que todo se le está yendo de las manos. No esperaba para nada esta explosión del populacho, y su cabreo va en aumento al conocer los informes que le llegan de sus soldados: muchos han muerto, incluido algún que otro ilustre, como el hijo del general Legrand, y otros están retenidos por la turba en sus casas sin poder salir. Murat se da cuenta de algo espantoso. Su ejército está en una ciudad donde todos sus habitantes quieren matarlos. No hay un frente de batalla claro, ni tampoco un ejército visible delante. Están completamente rodeados.

Murat da orden de proteger el palacio de Grimaldi, donde se encuentra, y el Palacio Real. Indica a sus tropas que abran fuego contra los grupos de gente, y ordena inmediatamente que los 20 000 soldados imperiales de las afueras entren para reforzar a los que ya se encuentran en su interior. La estrategia a seguir es tomar los puntos principales de la ciudad como grandes avenidas y plazas, para aislar los barrios, dificultar la comunicación de los insurrectos y facilitar el aplastamiento de la revuelta. Para este fin saldrán seis columnas de soldados, cada una con un objetivo asignado.

¿Qué ocurrió el 2 de Mayo?

Los madrileños, armados con escopetas y trabucos (que habían logrado coger de sus casas) foguean a las tropas francesas desde las calles, ventanas y balcones. Las mujeres tiran piedras y maceteros a todo soldado que pasa bajo sus balcones. Varios grupos intentan avanzar hacia el Palacio Real, pero se encuentran con tropas francesas que descargan sobre ellos. Los soldados, rotos de la furia al ver a sus compañeros muertos o heridos, no tienen ninguna compasión en disparar a todo el que se pusiese por delante. Incluso de perseguir a los fugitivos que es escapan del fuego.

El dos de mayo de 1808 en Madrid. Escenas en la calle de Cuchilleros
El dos de mayo de 1808 en Madrid. Escenas en la calle de Cuchilleros. Ilustración de Ángel Díaz Huertas.

Algunos grupos deciden dirigirse hacia una de las puertas (la de Toledo) para impedir la entrada de la caballería cosaca en la ciudad. Otros acuden a otras puertas de la ciudad con la misma intención: bloquear la entrada a las tropas francesas. La situación se torna ya en una verdadera batalla. Los franceses avanzan por las calles disparando a todos los grupos que se encuentran, sean sublevados o, simplemente, curiosos. Incluso hacen fuego contra las personas que se asoman a ventanas y balcones.

Murat decide trasladar su Cuartel General a las caballerizas del Palacio Real. La situación se complica y se busca un sitio donde poder replegarse en caso de que la insurrección no pueda aplastarse. Al mismo tiempo intenta coordinar a las tropas que deben confluir hacia el centro, pero muchos de los hombres que ha enviado como mensajeros han sido interceptados y asesinados.

Goya y el levantamiento del Dos de Mayo

Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828). Retrato de Vicente López Portaña
Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828). Retrato de Vicente López Portaña. Sin duda, uno de los mejores pintores españoles, un mérito enorme, pues España es un país que ha dado verdaderos portentos en la pintura. Fue un hombre inteligente e ilustrado, por eso no es de extrañar que la Inquisición lo persiguiera. Terminó huyendo a Francia, procurando alejarse de frailes intolerantes y reyes corruptos. Pero nos dejó su obra, de la cual seguimos disfrutando.

Uno de los más insignes pintores españoles de todos los tiempos será testigo privilegiado de los sucesos del 2 de mayo. Desde la ventana de su casa, Francisco de Goya y Lucientes observa al gentío ir y venir, aunque apenas lo escucha, pues una rara enfermedad lo ha dejado sordo.

Goya es especial. Es un hombre con unas ideas más avanzadas que el resto, enemigo de la Inquisición y los frailes, y amigo de numerosas personalidades de la cultura. Eso es lo que reflejan sus obras. Sus ideas le han puesto en el punto de mira: ¡es un afrancesado! Su angustia nace del sentimiento de pertenencia a un pueblo que considera inculto y corrupto, con la aceptación de las ideas que provienen de la Ilustración, que para él son aire fresco en una España que no quiere cambiar. El 2 de mayo decidirá quedarse en su casa, intuyendo la tragedia que se avecina.

Los héroes del 2 de mayo



Luis Daoiz y Pedro Velarde pasarán a los libros de historia gracias a sus actuaciones el 2 de mayo. Terminarán siendo considerados héroes, aunque ellos no lo pretendían.

Luis Daoiz y Torres

Luis Daoiz nació en Sevilla en 1767. Pertenecía a una familia noble y su padre lo ingresó en el ejército en 1782, a la edad de 15 años. Entró como cadete en el prestigioso Real Colegio de Artillería de Segovia, lugar en el cual desarrolló toda su carrera militar de forma muy profesional, acorde con su personalidad de militar de carrera. Con el grado de subteniente se presentó voluntario en la defensa de Ceuta y más tarde fue enviado a Argelia, donde fue ascendido a teniente.

Estatua de Luis Daoiz. Levantamiento del 2 de Mayo
Estatua en homenaje a Luis Daoiz en la Plaza de la Gavidia de Sevilla. Licencia

Cuando estalló la Revolución francesa Daoiz luchó contra las tropas francesas revolucionarias en el Rosellón. Después ingresó en la Armada española como personal de tierra combatiendo a los ingleses en el sitio de Cádiz. Se le destinó al navío San Ildefonso  y partió rumbo a La Habana para defender las colonias americanas.

Cuando regresó a España fue mandado de nuevo a tierra, al regimiento de artillería de Sevilla. En 1807 su regimiento trasladó a una compañía a Madrid, y Daoiz solicitó ir a la capital, siendo nombrado comandante de la batería del parque de artillería de Monteleón.

Y ese puesto está cuando Madrid explota en una insurrección. Como máxima autoridad en el parque de artillería, tiene el dilema de gestionar a una multitud que golpea la puerta pidiendo a gritos armas. Sus subordinados esperan órdenes, pero Daoiz, militar calmado, culto y con muchas batallas a sus espaldas, intenta aplacar los ánimos y cumplir las órdenes de sus superiores. Por ahora.

Pedro Velarde y Santillán

Pedro Velarde nació en Muriedas, Cantabria, en 1779. Con 14 años entró (tal y como hizo Daoiz 11 años antes) en el Real Colegio de Artillería de Segovia. Recibió el grado de subteniente y fue destinado a la guerra de Portugal. En 1802 ascendió a teniente y, dos años después, a capitán.

Posteriormente fue nombrado secretario de la Junta Superior Económica del Cuerpo de Artillería y trasladado a Madrid en 1806. Tras la invasión de las tropas napoleónicas de la península, Velarde, junto a Daoiz, elaboraron varios planes de levantamiento que no terminaron de funcionar.

Monumento a Pedro Velarde el 2 de mayo de 1808
Monumento dedicado a Pedro Velarde en Santander. Licencia

A diferencia del calmado Daoiz, Velarde es todo nervio. Justo cuando el pueblo de Madrid lucha en las calles, el capitán está junto a su superior, el coronel Navarro Falcón, en las oficinas de la Junta de Artillería. La discusión entre ambos es acalorada. Velarde le reprocha su inacción ante el ultraje francés. Navarro se mantiene fiel a las órdenes recibidas y ordena al capitán Velarde que no se mueva del lugar. Dejar que se marche al cuartel de artillería sería arriesgarse a que convenciera a su amigo y compañero Daoiz para tomar parte en los enfrentamientos. Y eso no lo podía permitir.

Pero Velarde es incontrolable. Decide marchar para combatir pese a las órdenes de su superior que recibe en forma de gritos. Por azar de la historia, Velarde será uno de los protagonistas del 2 de Mayo.

El parque de artillería de Monteleón

La frustración de los madrileños echados a las calles va en aumento. No pueden enfrentarse de igual manera a los soldados franceses. No tienen armas. Algunas voces comienzan a levantarse sobre otras: ¡al parque de artillería! Es el lugar donde están almacenados los fusiles y los cañones.

En el parque de Monteleón se encuentra el capitán Daoiz. Afuera la muchedumbre es cada vez más numerosa, y reclama armas. Daoiz había sido enviado por el coronel Navarro Falcó para que controlase la situación con las órdenes de no sacar a la tropa ni armar a la población. Sin embargo varios grupos llegan hasta el parque (no sin sufrir bajas durante el trayecto) y se unen a los que ya están allí.

Los enfrentamientos



Las tropas francesas siguen su camino intentando confluir hacia la Puerta del Sol, tomada por los madrileños. Durante el trayecto interceptan numerosas partidas de revoltosos que son rápidamente disueltas con fuego muy efectivo. Ninguna tiene la capacidad de enfrentarse a soldados experimentados, bien preparados y armados.

La caballería de la Guardia Imperial

La caballería del general Grouchy está preparada para avanzar desde una de las puertas del Buen Retiro. Está compuesta por jinetes de mamelucos y dragones, cazadores a caballo y granaderos. Su misión es llegar a la Puerta del Sol y a la plaza Mayor y despejarlas, coordinándose con la infantería y la caballería que llegarían de otros puntos.

Deciden avanzar por dos vías: la calle Alcalá, el camino más largo pero más seguro, pues la calle es ancha y permite el avance organizado de la caballería, conduciendo directamente hacia la Plaza Mayor; y por San Jerónimo, recorrido más corto, pero con calles más estrechas no exentas de peligro, que desemboca en la Puerta del Sol.

Cuadro del Levantamiento del 2 de Mayo o La carga de los mamelucos

El 2 de Mayo en Madrid o la carga de los mamelucos. Franciso de Goya.
Obra titulada El 2 de Mayo en Madrid, aunque también se la conoce como La carga de los mamelucos. Es uno de los cuadros más famosos de Francisco de Goya.

Mientras que la caballería de la Guardia imperial comienza a avanzar por San Jerónimo, las restantes fuerzas francesas en las afueras de la ciudad se preparan para entrar por las diferentes puertas y converger en el centro.

A pesar de que se encuentran sin armas de fuego, los madrileños siguen oponiéndose al avance de las tropas francesas por todos sitios. En el paseo del Prado la caballería de la Guardia tiene su primer choque con un grupo de insurrectos formados por algunos soldados españoles que han desobedecido a sus mandos para unirse a la refriega. Los enfrentamientos son muy duros, con bajas en ambas partes.

Jacinto Ruiz y Mendoza

El teniente Jacinto Ruiz Mendoza estaba enfermo y con fiebre el 2 de mayo de 1808. Desde la cama escuchó las primeras descargas de fusilería.

Ruiz y Mendoza había nacido en Ceuta el 16 de agosto de 1779 y su padre era subteniente de infantería. A los 16 años entró como cadete en el regimiento de Ceuta y, con el grado de subteniente, fue destinado al regimiento de Voluntarios del Estado, en Madrid. En la capital ascendió a teniente, y eso que aún no había participado en ninguna guerra.

El teniente se levantó de la cama, a pesar de la fiebre, y salió a la calle para dirigirse al cuartel de la Mejorada, sede de su regimiento. Era su deber estar en su puesto en las horas tan críticas que están aconteciendo. Cuando llega al cuartel su superior, el coronel Estaban Giraldes, está encolerizado. Su tropa está a punto de insubordinarse. Quieren ir a luchar contra los franceses (incluido el propio Ruiz) a pesar de las órdenes dadas por sus mandos de no involucrarse.

Monumento en honor a Jacinto Ruiz Mendoza en la plaza del Rey, Madrid
Monumento en honor a Jacinto Ruiz Mendoza en la Plaza del Rey, Madrid

En esas estaban cuando apareció por el cuartel, junto a una cuadrilla, el capitán  Pedro Velarde. La discusión entre éste y el Coronel Esteban Giraldes es agria. Velarde quiere acudir al parque de artillería, donde se encuentra Daoiz con muy pocos hombres, para reforzarlo. Los franceses acudirían muy pronto allí sabiendo que las armas se encuentran en ese lugar. Es un punto clave que más temprano que tarde los franceses tomarían.

Al final, por la imposición de los hechos y temiendo que su tropa se rebelase contra sus órdenes, el coronel accede a enviar una fuerza al parque de Monteleón. De los que elige para este cometido se encuentra Jacinto Ruiz que, ahora sí, junto a Velarde, marchan a Monteleón a escribir las futuras páginas de la historia.

La matanza de la puerta del Sol

La caballería francesa logra llegar al mismísimo centro de la ciudad desde San Jerónimo. De inmediato los mamelucos llevan a cabo una carga contra toda la gente reunida. Los que no tienen suerte de escapar reciben los mortales sablazos de sus espadas. El gentío se dispersa en desbandada huyendo de los jinetes.

Lo que siguió después solo puede catalogarse como una carnicería. Los madrileños, locos de furia, y tras el impacto de sorpresa inicial, se lanzan contra los jinetes con las armas que tienen a mano. Con sus navajas apuñalan los vientres de los caballos, se cuelgan de las monturas y tiran al suelo a numerosos jinetes que ven horrorizados como la turba se les echa encima. Muchos mueren acuchillados.

Más mamelucos siguen llegando para ayudar a sus compañeros pero muchos caballos tropiezan con el gentío y se produce un caos de cuerpos humanos y de caballos, chocando unos contra otros, muchos en el suelo ensangrentados, con multitud de voces y gritos que se expanden por el ambiente. La batalla inesperada que se está produciendo en Sol está resultando ser verdaderamente sangrienta.

«¿Sabes quiénes fueron los presos de la Cárcel Real? Protagonizaron uno de los acontecimientos más curiosos de ese día. Cuando Madrid se está desangrando por los enfrentamientos, el director de la Cárcel Real recibe una carta, en nombre de todos los presos, para que los dejase salir a luchar contra los franceses. Temiendo una rebelión, el director consistió que se marcharan con la promesa de volver a prisión cuando todo terminase. Lo cierto es que cuando Madrid se silenció, de los 56 presos que decidieron salir ahí fuera a luchar, dos murieron, y otros tres desparecieron. El resto, 51 hombres, cumplieron su promesa y regresaron uno a uno, a lo largo de todo el día, hacia sus respectivas celdas»

Los sablazos de los franceses se multiplican, pero al escenario de caos y muerte llegan cada vez más mamelucos y madrileños, que se suman a la carnicería. Los jinetes sufren ahora los disparos de escopetas, carabinas y trabucos de todo tipo, y de todas partes. La furia hace que los jinetes arrastren a todo el que se cuelga desesperadamente a sus monturas. A cada minuto que pasa, los cuerpos tendidos y ensangrentados, que se dispersan por toda la puerta del Sol, aumentan considerablemente.

Por un momento, sorprendidos por la resistencia, la caballería retrocede, pero desde San Jerónimo siguen llegando más jinetes que aumentan la atroz matanza de madrileños. Los franceses llevan a cabo poderosas cargas a galope para luego retroceder; y de nuevo lo mismo. Sin embargo una veintena de ellos han muerto.

Cuerpos sin vida de madrileños y franceses se esparcen por todo el centro de la capital. Los grupos se dispersan pero prosigue la resistencia agónica y la lucha en las calles aledañas a Sol. La infantería francesa aparece por el oeste, avanzando por la calle Mayor, haciendo pinza con la caballería que desde el este (calle Alcalá y San José) sigue a la carga, luchando con el gentío. Por el sur, en la puerta de Toledo, otro regimiento de caballería francesa está a punto de entrar para confluir también hacia el centro.

La puerta de Toledo

Bajo el mando del general Rigaud, varios regimientos de coraceros (casi mil jinetes) están a punto de entrar por la puerta de Toledo, en el sur de la ciudad, rumbo a la Plaza Mayor. Son las tropas francesas que estaban acantonadas fuera y que han sido reclamadas para sofocar la rebelión.

Justo en la puerta se sitúan cientos de vecinos dispuestos a bloquear el paso. Se levantan precarias barricadas y todos se arman como pueden para hacer frente a la mejor caballería de la época.

Cuadro El 2 de Mayo de Eugenio Lucas Velázquez
Cuadro titulado El 2 de Mayo, de Eugenio Lucas Velázquez. Está expuesto en el Museo de Bellas Artes de Budapest, Hungría. Licencia

Al grito de ¡viva el rey! se abalanzan contra los coraceros franceses justo cuando  van a pasar por el arco de la puerta. Portan todo tipo de armas variopintas, pero muy pocas son efectivas ante los franceses. Consiguen desorganizar las líneas galas y los primeros jinetes son tirados al suelo y apuñalados. Los demás intentan como pueden apartar a la gente a ritmo de sablazos.

Se produce el caos. Los jinetes que vienen detrás chocan con sus compañeros de delante. La puerta se ha convertido en un embudo y, en su avance, tienen que soportar el fuego desde balcones y ventanas, desde donde también les arrojan todo tipo de cosas, incluso agua hirviendo.

Pero pronto son masacrados por la superioridad francesa. Los restos de los supervivientes  suben por la calle de Toledo, en un intento de reorganizarse para seguir combatiendo. Detrás dejan multitud de cadáveres. La matanza ha abrumado a ambos bandos.

La rebelión de Daoiz y Velarde



En el parque de artillería de Monteleón están reunidos Luis Daoiz, Pedro Velarde y Jacinto Ruiz. Sus nombres quedarán grabados para la posteridad pero, por ahora, discuten sobre qué hacer. Velarde quiere luchar, sin embargo Daoiz no quiere desobedecer las órdenes. Para él la lucha contra los franceses no tiene sentido debido a lo desigual de la fuerzas. La población nunca podrá vencer al mejor ejército del mundo.

Mientras continúa el debate entre los oficiales, la gente sigue presionando en la puerta, gritando y reclamando armas para enfrentarse a los franceses. Entre discusiones, Daoiz terminan tomando una decisión trascendental: armará al pueblo y combatirá a los franceses.

De esta manera se abren las puertas y se reparten armas. Las gentes, viendo al fin cumplidos sus anhelos, portando sus armas correspondientes, se dispersan corriendo por la ciudad para combatir a los franceses.

Echando un vistazo rápido, Daoiz sabe que no tiene muchas salidas. Repartir las armas es, en la práctica, incumplir las órdenes que le han dado. Esto tendrá consecuencias. Ya no hay más remedio que empezar a trazar un plan para defender el parque de artillería, a pesar de que son pocos los militares profesionales que allí se encuentran; el resto son vecinos que no saben luchar. El panorama es poco halagüeño, pero las circunstancias son las que son, ya no se pueden cambiar.

La lucha se extiende por toda la ciudad

Tras las cargas de caballería en Sol, los madrileños se dispersan por todo el centro resistiendo unas veces, atacando otras, a los grupos de soldados. Los combates están dejando ya cientos de muertos.

Las fuerzas francesas prosiguen su avance para terminar confluyendo en el centro. Sin embargo siguen encontrándose piquetes de personas que los atacan de forma desprevenida. Desde balcones, ventanas, o tras cualquier esquina, son atacados por gente rabiosa. Al ver a sus compañeros muertos o heridos, los imperiales actúan con la energía extra que les proporciona la sed de venganza. No solo basta matar o dispersar a los grupos que se les oponen; en muchos casos los persigue hasta alcanzarlos y matarlos.

La batalla se recrudece

Los franceses no son capaces, ni siquiera, de asegurar las avenidas anchas por las que están avanzando. Siguen topándose con fuego en todas las calles, desde barricadas, ventanas, balcones y esquinas. Las diferentes fuerzas que por todos los puntos cardinales de la ciudad avanzan hacia el centro no pueden comunicarse.

El 2 de Mayo, de López Enguidanos

El 2 de Mayo en Madrid, de López Enguídanos. Licencia

El avance francés proveniente del oeste se ve obligado a detenerse en varias ocasiones. Es lento, porque a cada piquete la marcha debe ser detenida para limpiar de insurrectos la zona. Pero lo peor de todo son las bajas que están sufriendo los franceses. El mayor y mejor ejército de Europa está en una ratonera, luchando con enfurecidos vecinos, y teniendo las mismas bajas que podrían sufrir en una verdadera batalla.

Con este panorama los franceses ejercen una dura represión. Dan comienzo los primeros fusilamientos. Los desafortunados que son capturados son puestos contra la pared de alguna vivienda y pasados por las armas en el momento. Conforme transcurre el día los franceses, furiosos por la matanza que están sufriendo, ya no dejan a nadie con vida. Muchos de los apresados son llevados a las afueras de la ciudad y fusilados, sin consejo de guerra.

Daoiz organiza la defensa

En el parque de Monteleón comienzan los preparativos para la defensa. En él se encuentran unos 300, entre soldados y personas que han acudido con buena voluntad, pero con nula preparación militar. Los franceses no tardarían en llegar al parque de artillería.

«¿Sabías que las esculturas de los leones de las Cortes que presiden la entrada al Congreso de los Diputados, fundidos con el bronce de los cañones capturados en la Guerra de África de 1886, reciben popularmente el nombre de Daoiz y Velarde?

Leones Daoiz y Velarde de las Cortes presidiendo la entrada del Congreso de los Diputados
Imagen de uno de los leones que presiden la entrada del Congreso de los Diputados

Se colocan dos piezas de artillería en la puerta. Daoiz es consciente que su lucha no obtendrá ninguna victoria. Primero, porque el ejército español, acuartelado por orden de sus mandos, no acudiría a ayudarles; segundo, tenían pocos proyectiles para sus cañones y esto limitaba aún más su capacidad de lucha; y tercero, las gentes que les acompañaban no eran soldados profesionales. Estaban muy motivados, pero no era suficiente. A todas luces la empresa hacía aguas por todas partes.

Velarde y Daoiz organizan a todo el personal. Se distribuye a la gente por todo el recinto, colocando a fusileros en las ventanas y la puerta, así como en los edificios de la calle adyacente, donde comienzan a levantar precarias barricadas.

La lucha en el parque de Monteleón



Al mediodía el ejército francés ha conseguido tomar las vías principales de la ciudad y sus cañones barren cualquier grupo que les enfrenta. Si bien es verdad que el centro de la ciudad está siendo despejado, la ciudad aún dista mucho de estar controlada. Muchos madrileños se esconden por el laberinto de calles para escapara de las temibles cargas de la caballería francesa. Pero lejos de abandonar, se reorganizan de nuevo para atacar.

Los franceses encuentran grandes complicaciones para terminar de una vez por todas con la insurrección. Es un enemigo atípico que ataca para luego esconderse. No hay un frente de guerra, ni territorio que conquistar. Es una ciudad revuelta en la cual están rodeados de gente que quiere asesinarlos.

La llegada francesa a Monteleón

Una compañía francesa acude al cuartel de artillería. En él esperan Daoiz y Velarde, con todo preparado para defenderse. Los voluntarios, apostados en las calles contiguas, ventanas y balcones, también esperan su turno. Los soldados imperiales acuden en formación y llegan a la puerta del edificio tras el que se esconden los soldados rebeldes.

Las órdenes de Daoiz habían sido claras, no atacar hasta que se dé la orden. Los oficiales franceses se acercan a la puerta y, entre voces, reclaman que se abran. De repente, un estampido envuelve todo el edificio y las calles de alrededor. Una humareda de polvo, consecuencia de dos explosiones, inunda el ambiente.

Daoiz había ordenado disparar la artillería que estaba apuntando a la puerta. El fuego la ha destrozado, así como también a todos los franceses que estaban en su trayectoria. El resto de la compañía, en medio de la confusión, se da a la fuga. Los madrileños, escondidos, salen y abren fuego a los franceses que huyen.

Esta primera batalla se salda con una victoria contundente, gracias a la sorpresa. Pero Daoiz sabía que la sorpresa ya se ha acabado y que otra compañía francesa acudiría para aplastar la resistencia.

Entre artilleros, Voluntarios del Estado y civiles, Daoiz tiene a su cargo unas 400 personas para defender Monteleón en el segundo envite. El oficial español manda sacar los cuatro cañones de artillería y situarlos en la calle para realizar un fuego más efectivo en todas las direcciones. Daoiz dirigirá personalmente el fuego de los cañones mientras Velarde se situará al frente de la defensa del interior del cuartel. Al lado de Daoiz está ayudándole el teniente Jacinto Ruiz.

La puerta del Sol

El suelo de Sol está cubierto de cadáveres españoles y franceses. La resistencia aún continúa, pero cada vez más debilitada. La caballería francesa barre una y otra vez a los grupos que siguen dispuestos a luchar. Las paredes de las casas entorno a la plaza son tiroteadas.

Los pocos madrileños que han sobrevivido a la matanza huyen por las calles aledañas perseguidos por los soldados imperiales. Hay algunos que son capturados, pero no tardarán en morir bajo el fuego francés en los fusilamientos que se llevarán a cabo al día siguiente.

Los fusilamientos ya se están produciendo. Los soldados imperiales, en la calentura de las numerosas refriegas, pasan por las armas a algunos capturados en el momento. En algunas zonas de la ciudad los asesinatos individuales pasan a ser grupales.

Finalmente, después de duros enfrentamientos, los franceses se adueñan de Sol y terminan con la resistencia ciudadana. El centro de Madrid es suyo.

El segundo enfrentamiento en el cuartel de artillería

Vuelven los franceses a Monteleón, esta vez con más efectivos, y la lucha se recrudece. Tras varios intentos de acercarse, los soldados imperiales, escarmentados por las bajas sufridas, crean un cerco en torno al cuartel y las calles aledañas. Daoiz, entre gritos, dirige el fuego de la artillería, mientras Jacinto Ruiz carga constantemente los cañones.

Infanteria francesa de Napoleon en 1808
Uniformes de la infantería francesa de la época; fusileros y granaderos de la Guardia Imperial.

Velarde coordina el fuego de fusilería desde el edifico del cuartel. Su tarea es especial. Tienen que proteger a los soldados, Con Daoiz y Ruíz a la cabeza, que expuestos al fuego enemigo, dirigen los cañones desde la calle.

Los ciudadanos parapetados en los edificios abren un fuego intenso que impide el avance francés. Las calles de San Bernardo y Fuencarral, adyacentes a Monteleón, están inundadas del humo de la pólvora. Los cañones están bien situados en la calle, y por el momento contienen a los franceses.

En su puesto de mando Murat ordena reforzar con más tropas el ataque al cuartel de Monteleón. Quiere terminar con la resistencia de los soldados sublevados españoles de una vez por todas. Es por eso que el comandante francés Charles Tristan, al cargo de los ataques en Monteleón, decide llevar a cabo una ofensiva desde tres puntos, sin esperar a los soldados y la artillería de refuerzo que ha ordenado enviar Murat.

Se da la orden y los soldados avanzan pegados a las paredes de la casas, saltando de una a otra para seguir avanzando. El ataque es simultáneo desde la calle San Bernardo, Fuencarral y San Pedro. La idea es llegar hasta la mismísima puerta del cuartel mientras se foguea intensamente a los artilleros españoles que desde la calle abre fuego contra ellos.

El descalabro francés



Mientras los franceses avanzan, el teniente Jacinto Ruiz y Mendoza recibe un balazo. Ese día había acudido a su deber como soldado a pesar de la fiebre que inundaba su cuerpo. Y la sufrió hasta el momento de ser herido. Algunos madrileños que lo ven caer, y que luchan a su lado, lo recogen y lo arrastran hacia el cuartel de Monteleón, directo hacia los libros de historia.

Mientras atienden a Ruiz, Daoiz prosigue organizando una resistencia que cada vez se complica más. El avance francés, junto a un fuego intenso, está haciendo estragos en los artilleros. Cada vez se acercan más a los cañones. Los que estaban apostados en las casas se van retirando. El cerco se va cerrando y más y más gente va cayendo al rededor. Daoiz que lleva de pie, entre los cañones, todo el tiempo, le silban las balas por todos los lados. Pero ninguna llega a darle.

La nueva táctica francesa

Ante los pocos resultados que estaba dando su estrategia, el comandante francés Charles Tristan de Montholon decide cambiar los planes. Ordena un repliegue para concentrar en un punto a todas sus fuerzas. Será una columna cerrada que partirá desde la calle de San José hasta la puerta del cuartel de artillería.

Los soldados imperiales calan las bayonetas y, con el  comandante Charles a la cabeza, se disponen a avanzar. El ataque en columna cerrada es una de las especialidades del ejército de Napoleón, y que tan buenos resultados había dado en los campos de batalla de toda Europa. El inconveniente de este tipo de avance en formación era que los soldados estaban más expuestos. Pero si son dirigidos de manera correcta, con buenos oficiales y gran disciplina, la formación terminaba convirtiéndose en un ariete en el bando enemigo, dividiéndolo en dos.

Pero esto era en los campos de batalla, donde había dos ejércitos claramente visibles. El comandante francés iba a ser el primero en realizar este tipo de ataque en una ciudad. Estaba harto de no obtener resultados contra los sublevados. Además, las órdenes de Murat cada vez eran más apremiantes. Quería rendido el cuartel de Monteleón de forma inmediata. Al grito de “viva el Emperador” los soldados imperiales comienzan su avance.

La orden de la Junta Suprema

Mientras los franceses avanzan en formación, los españoles, con Daoiz a la cabeza, apuntan sus cañones hacia ellos. Las descargas no consiguen darles, pero el fuego proveniente del cuartel, y de algunos balcones, están haciendo serios daños a la columna.

Viene un momento crucial. Velarde cala bayonetas con los pocos que quieran seguirle para cargar contra los franceses. Daoiz, que ya sabe cuál va a ser su destino, se dispone a dar cara su vida. Mientras los franceses ya están muy cerca de los cañones, dispuestos a llevar a cabo la última carga para hacerse con el cuartel.

general francés Charles Tristan de Montholon
Retrato del general francés Charles Tristan de Montholon (1783-1853). Licencia

Justo en ese momento, un soldado español aparece con un pañuelo blanco y se sitúa entre los dos contendientes. El comandante francés, que cree que es una rendición formal, ordena el alto el fuego. Los soldados y madrileños también paran de disparar, desconcertados por lo que está ocurriendo.

El soldado trae órdenes del coronel Estaban Giraldez y de la Junta Suprema de Gobierno para que Daoiz y el resto de oficiales cesen el fuego. El soldado les apremia a rendirse, pero a estas alturas Daoiz ya es consciente de su destino. Una rendición significaría un fusilamiento al día siguiente, junto con todos los que lo han terminado siguiendo. Velarde apremia al soldado que trae la orden a retirarse. Sin embargo el soldado Voluntario del Estado le entrega la carta en mano a Daoiz. Mientras, desde la distancia, los franceses, que han parado la carga, son testigos de las discusiones.

El oficial español, que tiene dudas, acepta preguntar cuál serían las condiciones de los franceses en caso de rendición. El comandante francés, que junto con su columna está muy cerca de los cañones, está escuchando la conversación. Sin embargo Charles Tristan de Montholon no ofrece ningún tipo de condiciones. Ha sufrido demasiadas bajas y tiene la victoria demasiado cerca como para ofrecer una paz pactada.

Un cañonazo imprevisto

Mientras siguen las conversaciones ocurre un acto inesperado. Uno de los artilleros, con el botafuego encendido en la mano, lo acerca al cañón que, con un estruendo ensordecedor, hace fuego. Lo que viene después nadie lo esperaba.

La bala del cañón se cuela por en medio de la columna francesa, que parada e indefensa, no esperaba tal ataque. La bala hace una verdadera sangría entre los imperiales. Muchos son heridos, otros muertos. La columna francesa, que apenas unos minutos antes avanzaba imparable y de manera muy profesional, ha dejado de existir. En su lugar hay multitud de cuerpos tendidos en el suelo. Los supervivientes huyen y los madrileños y soldados que están en las casas y el cuartel abren fuego contra ellos.

Daoiz, desconcertado, grita ordenando el alto el fuego, pero es tal el desconcierto que nadie para. Velarde, sable en mano, se dirige hacia el comandante Charles Tristan, que está aturdido y tirado en el suelo, aunque no está herido. Lo conmina a rendirse. El comandante y todos sus oficiales se rinden. También muchos de los soldados imperiales que no han podido huir. Rodeados de madrileños y soldados españoles, levantan las manos y son conducidos inmediatamente al interior del cuartel como prisioneros.

Las represalias de Murat

El gran duque de Berg, furioso al enterarse de lo que había ocurrido en Monteleón, ordena medidas duras para reprimir a la población madrileña. Se producen más fusilamientos en caliente y juicios sumarísimos contra todo aquel que haya sido apresado. También da permiso para que los soldados imperiales entren en cualquier casa.

Murat pone al mando del Sexto regimiento de la brigada Lefranc al general Joseph Lagrange. Le ordena que acuda al cuartel y extermine a todos los rebeldes que allí se encuentren. Le apoyará toda la artillería y otras fuerzas como el batallón de Westfalia.

En el cuartel los franceses, tras el descalabro de la columna comandada por el comandante Charles Tristan, han dejado de atacar. No obstante continúan con el cerco, disparando y hostigando a los sublevados, pero desde la distancia. Esperan los refuerzos.

La resistencia en Madrid se apaga

Una vez controlada Sol, los soldados imperiales se van haciendo poco a poco con otras zonas de la ciudad. La resistencia se diluye cada vez más en Atocha y Antón Martín. También en plaza Mayor, donde han huido las últimas partidas de ciudadanos que aún seguían atacando a los franceses.

«Manuela Malasaña se convirtió en uno de los mitos del 2 de mayo. Según la leyenda, esta costurera de profesión estuvo en los enfrentamientos del cuartel de artillería de Monteleón, trasladando la munición a los cañones, junto a Daoiz. Aunque circulan otras versiones, como que fue detenida por los soldados franceses al encontrarle unas tijeras que portaba, herramienta que utilizaba en su profesión. Fue condenada en juicio sumarísimo y fusilada. Lo único que se sabe es que su cuerpo fue registrado como una de las víctimas de aquél día en los archivos militares y municipales de Madrid. La heroína se convirtió en mito, dando nombre a una calle y a uno de los barrios más castizos de Madrid: Malasaña«

Hacia el mediodía los franceses controlan ya todo el centro de Madrid. Las grandes avenidas y las plazas están tomadas por soldados que disparan a la más mínima señal de jaleo. Patrullas francesas recorren las calles trasladando a los madrileños capturados hacia prisión. Morirán al día siguiente bajo los pelotones de fusilamientos en las afueras de la ciudad.

Placa de la calle Manuela Malasaña. Madrid
Placa de la Calle de Manuela Malasaña, en Madrid. Licencia

El final de la resistencia



La artillería francesa, que ha llegado a Monteleón, empieza a abrir un intenso y constante fuego. Los artilleros españoles, en mitad de la calle, se resguardan como pueden tras sus cañones. Los franceses buscan hostigarlos hasta que lleven a cabo su asalto final.

Daoiz ordena a todo el mundo que se proteja y esconda a la espera de que los soldados imperiales, en su previsible avance, se vuelvan a exponer. Sin embargo el intenso fuego está haciendo verdaderos estragos. Algunos mueren a causa de la fusilería francesa; otros, hartos de tanta sangre, deciden huir.

Retrato del general francés Joseph Lagrange responsable de ocupar el cuartel de artillería de Monteleón el 2 de mayo
General francés Joseph Lagrange (1763-1836). Tras el descalabro del comandante Charles Tristán, Murat le encarga tomar el cuartel de artillería de Monteleón el 2 de mayo. Licencia

El general Lagrange, que dirige la operación por orden de Murat, observa el fuego de sus tropas. Decide esperar un poco más para llevar a cabo el asalto. Cuanto más tiempo se bombardee a los sublevados, más débil será después la defensa que se encontrarán.

El asalto francés

Finalmente Lagrange da la orden a sus tropas de avanzar. Los imperiales comienzan su marcha en cerrada columna mientras sus compañeros los cubren con intenso fuego.

Los defensores del cuartel salen de los sitios donde se estaban resguardando y empiezan un nutrido fuego contra la columna. Los cañones dirigidos por Daoiz disparan de manera rasa para intentar dar en la formación enemiga.

Un último cañonazo español da de lleno en la columna, provocando muchos heridos. A punto de desorganizarse de nuevo, los soldados imperiales consiguen recomponerse y seguir avanzando. Están a punto de alcanzar los cañones y el cuartel.

Una lucha cuerpo a cuerpo

Ante la sorpresa de todos, unos madrileños se lanzan contra la columna francesa. Se entabla una cruenta batalla cuerpo a cuerpo que provoca muchas bajas en ambos bandos. Por un momento los franceses, impresionados por la resistencia que se están encontrando, se paran y retroceden ante esta acometida. Las órdenes de los oficiales los vuelven a  obligar. Llevan a cabo una descarga que mata a muchos defensores de Monteleón, volviendo a cerrar filas y avanzando de nuevo.

En este nuevo asalto los soldados imperiales están a punto de alcanzar los cañones españoles. Entonces Daoiz entra en acción.

La muerte de Pedro Velarde

Daoiz, sable en mano y entre gritos, agrupa a cuantos madrileños y soldados españoles puede reunir. Velarde los empuja hacia los cañones a cuantos están huyendo. Mientras esto ocurre, muchos deciden otra vez, por su cuenta, atacar a los franceses. Muchos madrileños se lanzan con la furia que da la desesperación, armados con cuchillos, machetes, navajas y bayonetas, hacia los soldados. La matanza es espantosa. De nuevo, y sobrepasados por la defensa, los franceses vuelven a pararse. Les dificulta además el paso la cantidad de cuerpos que se amontonan a su alrededor.

Apartando los cuerpos, o trepando sobre ellos, los franceses vuelven a la carga. Esta vez es la definitiva. Se entabla una feroz lucha con los defensores que están en el cañón. Daoiz, sable en mano, lucha por su vida. Velarde, con el grupo que a fuerza de gritos ha conseguido reunir, acude desde el cuartel para apoyar a los artilleros. Justo en el momento que va a partir, una bala le da de lleno, matando a Velarde al instante. Su cuerpo se desploma en la puerta del cuartel. En ese momento los soldados franceses comienzan a entrar por la puerta del edificio. Algunos madrileños, que aún resisten, viendo ya todo perdido, intentan huir de la carnicería.

Cuadro sobre la muerte de Velarde el Dos de Mayo
Cuadro del pintor Manuel Castellano sobre la muerte de Velarde el 2 de Mayo. Licencia

Rodeados por franceses, en una confusión de gritos, explosiones y detonaciones de fusilería, Daoiz, junto a unos cuanto españoles, se defienden dando sablazos a diestro y siniestro. Un balazo le penetra el muslo y cae al suelo. Se acerca el final.

Un alto el fuego

De repente, sin mediar aviso, el general Lagrange ordena cesar el fuego. Abrumado por la matanza, ha escuchado los ruegos del marqués de San Simón, el alto dignatario español que ha acudido para interceder y terminar de una vez por todas la sinrazón que se está produciendo en Monteleón.

Dos de mayo. Cuadro de Joaquín Sorolla
Este es el famoso cuadro Dos de mayo del pintor Joaquín Sorolla. Muestra los últimos momentos de la defensa del parque de artillería de Monteleón contra los soldados franceses. Licencia

Lagrange, que aún no ha tomado el cuartel, se pude hacer una idea de lo que le espera a sus soldados cuanto intenten despejarlo, a vista de lo que está ocurriendo fuera. De esta manera unos cuantos afortunados, que aún sobrevivían resistiendo en los cañones, no terminan muertos. Lagrange ordena a los defensores que tiren las armas. Todos lo hacen; algunos huyen después, sobre todo los que se encuentran en el interior del cuartel de artillería.

La muerte de Daoiz

Ciego por la ira, el general francés pasa por entre los cañones y acude al encuentro del Daoiz que, apoyado en uno de ellos, se está desangrando. Lagrange le increpa a voces y le reprocha su actitud. Al grito de “traidor” apunta su sable hacia el oficial español. Sin mediar palabra, Daoiz, en un último esfuerzo, atraviesa el cuerpo del oficial francés con su sable. Los soldados imperiales, que no han podido evitarlo, fríen a bayonetazos a Daoiz que se desploma. Hacia las tres de la tarde todo ha terminado. El cuartel se ha rendido.

Daoiz, entre grandes sufrimientos y dolores, será trasladado a su casa, donde morirá. Su fallecimiento es el comienzo del mito. El 2 de mayo ya no se entiende sin él.

¿Dónde fueron los fusilamientos del 2 de mayo?



Tras la ocupación del cuartel los franceses apresan a los soldados españoles, junto a todos los ciudadanos que había participado en la defensa. Algunos oficiales, como Navarro Falcón a la cabeza, intentan interceder para salvar la vida de, al menos, los Voluntarios del Estado y los artilleros.

Son ya más de 40 madrileños los que tienen retenidos los franceses. Y nadie va a interceder por ellos. Esperan angustiados cuál va a ser su destino, aunque algunos de ellos ya se lo imaginan.

Las comisiones pacificadoras

Mientras esto ocurre, la ciudad ya está completamente en calma. Tal es así, que Murat ha vuelto a cambiar las órdenes: quiere que las patrullas francesas vayan calmando los ánimos. Son las denominadas comisiones pacificadoras. Los soldados imperiales, recorriendo las calles y plazas casi vacías, pero sofocadas, aconsejan a la gente que se metan en sus casas. Junto a ellos también les acompañan soldados españoles enviados por la Junta para calmar los ánimos. Ya es suficiente sangre por hoy, piensan todos.

Este mismo día el duque de Berg publica una orden del día con unos términos muy duros:

Se manda crear una Comisión Militar.

Se fusilarán a todo aquel que haya sido apresado con un arma en la mano.

Ordena a la Junta de Gobierno que desarme a todo el pueblo de Madrid, so pena de fusilamiento.

Se prohíben las reuniones de más de 8 personas.

Las comisiones pacificadoras no hacen honor a su nombre. En muchos casos detienen y matan en el momento a todo madrileño que encuentran por la calles. Guiados por las denuncias de los propios vecinos, acuden a los hogares y se llevan a todo aquel que se esconde dentro.

En las casas donde han sido tiroteados, los imperiales entran saqueando todo lo que allí encuentran; después matan a sus inquilinos. La sed de venganza es muy grande y los oficiales franceses no se oponen a estas prácticas. Durante todo el día continuarán las represalias por toda la ciudad.

La Comisión Militar

La Comisión Militar franco española estaba formada por el general Emmanuel Grouchy, del lado francés, y por el general José de Sexti, de parte española. Reunida, se dispuso a juzgar sumariamente a los presos capturados en la jornada del 2 de mayo.

La Comisión la preside el general Grouchy, por orden de Murat, que se empeña una y otra vez en aplicar un castigo severo al pueblo de Madrid. El general Sexti, aunque forma parte de la Comisión también, decide desvincularse, dejando la represión en manos francesas.

El tribunal sumarísimo no tiene piedad, y condena a muerte a todos y cada uno de los apresados. De esta forma se inaugura una sistemática e implacable represión ordenada por el duque de Berg, que pese a las promesas de piedad que le había hecho a la Junta de Gobierno, estas no se están cumpliendo.

Los fusilamientos del 3 de mayo

Es en Buen Suceso el lugar donde comienzan las primeras descargas de fusilería. Piquetes de imperiales apuntan y disparan a los grupos de presos que les van trayendo. Durante toda la noche, el Buen Retiro y el paseo del Prado también se convierten en lugares de muerte.

Implacablemente los franceses van matando a todos los presos que, resignados, acuden maniatados a su destino. Solo la llegada del alba silenciará las armas. Pero para entonces los muertos son muchos. Los sepultureros no dan a vasto a enterrar cadáveres.

Cuadro de Goya. Fusilamientos del 3 de Mayo.
Cuadro de Francisco de Goya: Los fusilamientos del 3 de mayo. Licencia

Cuadro Los fusilamientos del 3 de mayo de Francisco de Goya y Lucientes

Consecuencias del Dos de Mayo



La lucha que se originó en Madrid terminó prendiendo la mecha de una ocupación que estaba siendo dura de asimilar. Obligó al país a decantarse por uno de los dos bandos, y terminó por hacer estallar la guerra de la Independencia española.

¿Cuál fue el número de víctimas del Dos y del Tres de Mayo?

Hoy en día es difícil determinar con exactitud el número de muertos en el Levantamiento de Madrid. Cada bando alteró las cifras en su propia conveniencia. Murat, en diferentes cartas, afirmaba que el número de muertos entre la población madrileña era de 1600, mientras que de sus propias tropas los redujo a 80. Unos números con una clara intención manipuladora. Tampoco está claro los 200 muertos madrileños que estimó en su momento la Junta de Gobierno.

A día de hoy las cifras más exactas nos la proporciona el historiador Pérez de Guzman. Su investigación en los archivos disponibles en 1908 nos arroja un poco de luz: 406 muertos y 176 heridos entre los españoles. De estos 406 muertos, se estima que más de 40 personas fueron fusilados en los enfrentamientos durante el 2 de mayo; y más de 30 durante la noche del día 3 de mayo, en la montaña del Príncipe Pío y el Buen Retiro. En resumen, casi un centenar de represaliados pasados por las armas. El resto murieron en los duros combates con los franceses, tanto en las calles de la ciudad como en el parque de artillería de Monteleón.

Aun así son cifras que siguen estando en cuestión, pero no es difícil de imaginar que alrededor de 500 personas perdieran la vida el 2 y el 3 de mayo, entre civiles y militares.

Las renuncias de Bayona

Hay que recordar que la ocupación fue tolerada desde el primer momento por las altas instancias española: la clase acomodada, la clase política, el ejército y el propio tribunal de la Inquisición. El 6 de mayo se expidió a todos los tribunales del Santo Oficio de España una carta en la que se condenaba sin fisuras la revuelta en Madrid con las siguientes palabras: “el alboroto escandaloso del bajo pueblo de Madrid contra las tropas del Emperador de los franceses”; y recomendaba la “vigilancia más activa y esmerada de todas las autoridades y cuerpos respetables de la Nación para evitar que se repitan iguales excesos y mantener en todos los pueblos la tranquilidad y sosiego que exige su propio interés”. La Iglesia española, que más tarde será la que más gritará la guerra santa contra los franceses cuando todo estalle, ahora se muestra cauta y colaboracionista con Murat.

Retrato de José Bonaparte, hermano de Napoleón
Napoleón, tras obligar a Carlos IV y Fernando VII a renunciar a sus derechos dinásticos en Bayona, nombró a su hermano José Bonaparte rey de España. Como era de esperar, tras lo acontecimientos del 2 de mayo no fue muy bien acogido por el pueblo, que lo llamaba el «rey intruso». También le decían «Pepe botella», aunque era abstemio. Fue un monarca apasionado del arte y la cultura, pero su limitado tiempo como rey le impidieron acometer obras de envergadura.

Napoleón aprovechó los sucesos de Madrid para obligar a Carlos VI y Fernando VII a renunciar a su derecho al trono. Se producen entonces las renuncias de Bayona. Carlos IV se pliega totalmente a los deseos de Napoleón y envía un oficio a la Junta de Gobierno para que nombre al duque de Berg, Murat, como teniente general del reino.

El levantamiento nacional y la guerra de la Independencia española

Una vez logradas las renuncias dinásticas de Carlos IV y su hijo Fernando VII, Napoleón pensó en su hermano José Bonaparte para ocupar el trono de España. José, que estaba reinando en Nápoles, se trasladó hacia Madrid mientras el Emperador, el 25 de mayo, publicó las abdicaciones de la familia real española.

Mientras se producían las intrigas dinásticas, la noticia de la lucha en Madrid se extendió por toda España. En algunas ciudades hubo tumultos. El alcalde de Móstoles publicó el conocido como Bando de la Independencia donde se llamaba a la insurrección contra el invasor francés. De esta manera el 22 de mayo se subleva Cartagena, le siguen Badajoz, Murcia, Valencia, Oviedo, Zaragoza, Barcelona, Lérida, Gerona, Manresa, Sevilla, Granada, Málaga, Cádiz y La Coruña. Hacia el 29 de mayo toda España estaba en pie de guerra. Da comienzo la guerra de Independencia española, una etapa muy apasionante que verá nacer la primera constitución española en Cádiz. Pero esto ya es otra historia que os contaremos.

Libros sobre el Levantamiento del 2 de Mayo de 1808



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Con las bombas que tiran los fanfarrones

Bibliografía

J. M. Guerrero Acosta. Los franceses en Madrid, 1808.

A. Pérez Reverte. Un día de Cólera.

Benito Pérez Galdós. El 19 de marzo y el 2 de mayo. Episodios Nacionales.

J. Gómez de Arteche. Guerra de la Independencia. Historia militar de España de 1808 a 1814.

J. Luis Olaizola Sarria. Dos de Mayo de 1808.

J. C. Montón. La revolución armada del Dos de Mayo en Madrid.

Ronald Fraser. La maldita guerra de España.

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El Levantamiento del 2 de Mayo de 1808
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El Levantamiento del 2 de Mayo de 1808
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¿Qué fue el Dos de Mayo? Fue un levantamiento popular del pueblo de Madrid contra la ocupación francesa del ejército de Napoleón. Originó una batalla en Madrid que derivó en un posterior levantamiento nacional, provocando la Guerra de la Independencia Española.
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